sábado

La caída


Aun dotado de todos estos privilegios seguía el hombre siendo libre, y fue sometido a una prueba para que, con la ayuda de la gracia, pudiera merecer el cielo.
Consistía esta prueba en el cumplimiento de las leyes divinas, y, en particular, de un precepto positivo sobreañadido a la ley natural, y que expresa el Génesis bajo la forma de la prohibición de comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Cuenta la Escritura cómo el demonio, tomando la forma de la serpiente, se llegó a tentar a nuestros primeros padres, moviendo en su ánimo dudas acerca de la legitimidad de tal prohibición. Intentó persuadirles de que, lejos de morir, si comieran del fruto aquel, serían como dioses, sabiendo por sí mismos el bien y el mal, sin necesidad de acudir para ello a la ley divina: " eritis sicut dii, scientes bonum et malum " . Tentación de soberbia era ésta y de rebelión contra Dios. Rindióse a ella el hombre, y cometió formalmente un acto de desobediencia, como advierte S. Pablo (Rom., V), pero inspirado por la soberbia, y seguido muy pronto de otros pecados. Era una falta grave, porque era un no querer someterse a la autoridad divina, una especie de negación de su dominio supremo y de su sabiduría infinita, que dispuso el mandamiento aquel como medio de probar la fidelidad del primer hombre; pecado tanto más grave cuanto que nuestros primeros padres sabían la infinita liberalidad de Dios para con ellos, los derechos imprescriptibles de su Hacedor, la gravedad del precepto manifestada por la gravedad de la sanción con que se amenazaba, y que, no obrando con ímpetu en ellos las pasiones, tenían tiempo para considerar las consecuencias irreparables de su acto.
Preguntáronse algunos cómo pudieron pecar, si estaban libres de la concupiscencia. Para entender cómo pudo ser esto, es menester recordar que ninguna criatura libre es impecable; puede realmente apartar su consideración del bien verdadero y ponerla en el bien aparente, abrazarse con este último y preferirle a aquél; y esta preferencia es precisamente lo que constituye el pecado. Como advierte Santo Tomás, solo es impecable aquel cuya voluntad es una misma cosa con la ley moral, lo cual es exclusivo privilegio de Dios.

No hay comentarios: