miércoles

Los privilegios sobrenaturales


Por su naturaleza es el hombre siervo de Dios, cosa y propiedad suya. Por una insigne bondad, que nunca podremos agradecer harto, quiso Dios darle entrada en su familia, adoptarle por hijo, hacerle su presunto heredero guardándole un puesto en su reino; y, para que esta adopción no fuera una simple formalidad, le comunicó una participación de vida divina, una cualidad criada, es cierto, pero real, por la que podía disfrutar en la tierra de las lumbres de la fe, muy superiores a las de la razón, y poseer a Dios en el cielo por la visión beatifica y un amor proporcionado a la claridad de esta visión.
A esta gracia habitual, que perfeccionaba y divinizaba, pudiéramos decir, la sustancia misma del alma, juntábanse virtudes infusas y dones del Espíritu Santo, que divinizaban las facultades de ella, y una gracia actual que ponía en movimiento todo el organismo este sobrenatural, para que pudiera hacer obras sobrenaturales, deiformes y meritorias de vida eterna.
Esta gracia es sustancialmente la misma que se nos da en la justificación, y por esto no decimos de ella ahora por menudo, sino que diremos más adelante cuando hablemos del hombre regenerado.
Todos estos privilegios, menos la ciencia infusa, fueron dados a Adán, no como un bien personal, sino como un patrimonio de familia que había de pasar a toda su descendencia, si él se mantuviera fiel a Dios.

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