martes

San Martín de Porres: la aventura mística y la justicia de este mundo

A diferencia de los postulados ideológicos que promovieron, desde una estructuración exclusivamente racional , una pretendida libertad del hombre, y que cayeron -por lógica- en el vacío de sus pretendidas ambiciones quiméricas, el evangelio crístico, al revelar al hombre su cualidad de persona libre llamada a entrar en comunión con Dios mediante el ejercicio de la voluntad al completo servicio de la propia santificación, ha sido el único instrumento capaz de promover en el corazón predispuesto a esta verdad una toma de conciencia insospechada para las profundidades de la libertad humana.
La inevitable derrota del marxismo, el desencanto del liberalismo, el vacío substancial del hedonismo cotidiano no pueden ofrecer nada frente a la siempre vigente promesa de la redención humana. Pero es preciso comprender que esta redención humana se nos muestra, en la perspectiva crística, en un doble aspecto: el espiritual (al que se le niega valor o trascendencia alguna dentro del claustrofóbico dogmatismo las filosofías mencionadas), y la redención temporal, que también pudiera ser definida como anhelo y promoción de justicia social por parte de la Iglesia de Dios.
Y parece no existir, en esta doble esperanza de la redención crística, un ejemplo tan oportuno como el de San Martín de Porras – santo patrono universal de la paz y de la justicia social, nada menos- para explicarse de un modo mas pertinente.
La Justicia en este mundo:
Desde su origen mismo, el cristianismo transformó la formulación egoísta y abusiva que se tenía entonces de la edificación social. En el Antiguo Testamento Dios permanece a lado de su pueblo. Los Profetas denuncian con vigor las injusticias contra los pobres; se hacen portavoces de Dios en favor de ellos. Dios es asimismo es el recurso supremo de los pequeños y de los oprimidos –el clamor de los humildes impregna los salmos-, y el Mesías “que habría de venir” tendrá la misión de defenderlos.
María, quien personifica mejor que nadie dicha esperanza, en el umbral de ambos testamentos, será quien anuncie con gozo la llegada de este Mesías, celebrando la inminente liberación de su pueblo en la belleza del “Magnificat”, una antesala perfecta del sermón de la Montaña. Ya en Cristo Jesús la identificación en lo débil, lo pobre y lo marginado será eje fundacional de una iglesia relumbrante y original en tanto portadora de una fe consolidada en el ejercicio de la caridad : «Cuantas veces hicisteis esto a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt XXV, 40); siendo indispensable que los pobres sean evangelizados (Mt XI, 5) y que el ejercicio de la caridad para con ellos en todas sus formas, como signo a seguir desde el ejemplo redentor, Por esto dice Juan: "La caridad está no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó primero".
San Martín de Porres, como pocos pudo participar de esta manifestación tan efectiva del Amor Divino hasta encarnarlo en si mismo: discriminado por mulato, pobre y bastardo (en sus primeros años) en la injusticia vertical de la sociedad virreinal, encarna en si mismo toda aquella pobreza y absoluta debilidad por la que Dios se muestra tan preferente en su Palabra, como dando una lección con su propia vida a los doctos y a los altivos fariseos que en su tiempo habitaron, y que bien poco podían percibir la belleza de la opción de santidad que Martín de Porres tan perfectamente asumía. Pero Martín va aún más, porque aun siendo pobre, decide vaciarse aún de lo poco que pueda poseer, a fin de parecerse a ese modelo propuesto por el Dios liberador que es toda su esperanza.
Muy bien había dicho san Agustín en el Libro de las 83 de las Cuestiones: "La ruina de la caridad es la esperanza de alcanzar o guardar los bienes temporales; el alimento de la caridad es la disminución de la concupiscencia; su perfección, nula concupiscencia, porque la raíz de todos los males es la concupiscencia". Y la concupiscencia es simplemente el deseo de adquirir o retener las cosas temporales. San Martín de Porras pues, aun siendo menesteroso, se vacía de toda forma aún sutil de concupiscencia, poniendo siempre a los demás por encima de sus propias necesidades. Es relevante en ese sentido la conocida anécdota por la cual el Convento en el cual se alojaba pasaba por apuros económicos, por lo que se vio el Prior en la necesidad de vender algunos objetos valiosos; ante esto, Martín de Porres se ofreció a ser vendido como esclavo para remediar la crisis.
Aunque naturalmente la oferta conmovió al Prior lo suficiente como para rechazarla, la anécdota nos manifiesta la convicción de Martín de Porres en la revelación evangélica según la cual el signo de la fe nos hace iguales, a pesar de cualquier condición, ante Dios. No existe allí distinción de libre y de esclavo, porque no existe allí ya mas esclavitud que la del error, y de la cual solo el Divino Amor nos libera “para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Rom 8, 21). Y que no existe servidumbre mas dulce que la que se ejerce para con la Soberanía Divina, en donde la carga es ligera y el yugo suave (Mt I 1, 30).
El amor de Martín de Porres, según el modelo cristiano, es además valiente: todo lo da. Los desvalidos lo esperan en la portería para que los cure de sus enfermedades (Martín es un connotado curandero que mezcla la tradición de la medicina folclórica de Europa, Africa y América con el humilde ejercicio del milagro desde la Fe, siendo su frase "Yo te curo, Dios te sana") o para que les diera de comer. No contento con ello decide recurrir a la caridad de varios ricos de la ciudad - entre ellos el virrey Conde de Chinchón, que en propia mano le entregaba cada mes no menos de cien pesos – a fin de fundar el Asilo y Escuela de Santa Cruz, con la finalidad de reunir a todos los vagos, huérfanos y limosneros . Por cuanto el amor cristiano, gratuito y colectivo, se basa en el amor de Cristo que entrega su vida por nosotros: «Que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así también amáos mutuamente» (Jn 13, 34-35). El amor al hermano es la piedra de toque del amor a Dios: «El que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4, 20), San Pablo subraya con fuerza la unión existente entre la participación en el sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo y el compartir con el hermano que se encuentra necesitado.

Esta caridad se complementa con la administración del Pan del Cielo, enseñando la doctrina cristiana en las calles y en las haciendas cercanas a las propiedades de la Orden ubicadas en Limatambo. Y es que resulta urgente que el hombre sea liberado lo mas pronto posible de la esclavitud del pecado que cierra todas las puertas tanto a ricos como a pobres.
La tarea del cristiano – Martín ya lo ha comprendido- es pues difícil, pero grata.
La experiencia mística
Sin embargo el cristianismo no es meramente un organismo que monopolice la caridad como razón de existir. “Sin el amor -diría mucho después la beata Teresa de Calcuta- nuestros actos no se diferenciarían en lo absoluto de la beneficencia social” .
Y es que la plena realización de la opción cristiana se halla únicamente en el amor; en ese mandamiento fundamental, que es menester ejercer para con el prójimo, para con uno mismo y, particularmente, para con Dios. Sin el amor, la teología se reduce a dogma insubstancial y gris que de poco sirve frente a la multitudinaria oferta de dogmas del mundo. Sin el amor, la caridad se concibe únicamente como una forma de la soberbia o del egoísmo, como una acción obligatoria que ha de hacerse de mala gana.
Y sucede que la manera mas eficaz de fecundar ese Amor Universal en el seno del alma es a través de la santidad, en la experiencia mística, en la revelación directa de la aventura crística. La santidad es el resultado natural de un deleite estético en la hermosura de la Trinidad, el mismo que da fruto en una vida poética (poiesis), donde no queda espacio sino para vivir la aventura en la fe, esperanza y caridad. Goce sublime de la sinfonía trinitaria de la redención del alma. En este noble estado habitan aquellos de quienes la voz del Apocalipsis dice: “ecce tabernaculum Dei cum hominibus et habitabit cum eis et ipsi populus eius erunt et ipse Deus cum eis erit eorum Deus: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apocalípsis XXI, 3).
La mística es la experiencia de Dios que alcanza la contemplación, como cumplimiento de la gracia y de las virtudes infusas. La mística consigue la ansiada unidad entre el alma del Amante y el Amor del Amado (Cristo) -por decirlo en el lenguaje que tan bien dominaba Raimundo Lulio-.
El eminente escritor cristiano del primer siglo de la Iglesia, Simeón el Nuevo Teólogo (949-1022) manifestaba al respecto que el verdadero conocimiento de Dios no viene de los libros, sino de la experiencia espiritual, a través de "un camino de purificación interior, que comienza con la conversión del corazón, gracias a la fuerza de la fe y del amor".
En su reciente presentación de este autor, tan querido por la Iglesia Ortodoxa, Su Santidad Benedicto XVI subrayó: "Para Simeón semejante experiencia de la gracia divina no constituye un don excepcional para algunos místicos, sino que es fruto del Bautismo en la existencia de todo fiel seriamente comprometido". Por ello "Si nos preocupamos justamente por cuidar nuestro crecimiento físico, es aún más importante no abandonar la vida el crecimiento interior, que consiste en el conocimiento de Dios". El Papa relató una de las experiencias místicas de Simeón, quien acabó por cerciorarse de que Jesús estaba en él al advertir un amor inmenso hacia los demás, incluso sus enemigos: "Evidentemente no podía venir de él mismo semejante amor, sino que debía brotar de otra fuente. Simeón entendió que procedía de Cristo presente en él y todo se le aclaró: tuvo la prueba segura de que la fuente del amor en él era la presencia de Cristo".
En la plenitud de esta experiencia es donde se hacen reales los milagros y la gracia. No para satisfacción del ego; sino a mayor gracia de ese Cristo que ya habita en el “aventurero espiritual”, tal como lo definió San Pablo. Aquel es el límite de la aventura cerebral humana. “La cosa en si” que ansiaba Kant es la integración con el Absoluto, para el cual todo es auténticamente real y no aparente y transitorio.
Mientras los dogmas filosóficos de la mente se derrumban en la frustración. La experiencia mística es, en cambio, garantía de haber transitado el sendero correcto. La levitación, la bilocación, y el milagro médico son, en este sentido, simples anécdotas que manifiestan la evidencia de haber trascendido lo terrenal desde la soberanía de la fe.
Conclusión:
San Martín de Porres, es pues un modelo absolutamente vigente para cristiano contemporáneo tan tentado a relegar la experiencia mística por una aventura político religiosa: La teología de la liberación piso la cáscara de plátano que significaba reducir la redención a un mero proceso político para el que la filosofía marxista proporcionaba las sugerencias fundamentales. Se perdió de vista la aventura mística.
Por el otro, resultan absolutamente egoístas las prácticas de ese pseudo misticismo “new age” –entre los cristianos fuertemente influenciados por los postulados teologales del presbiteriano
Hick o de P. Knitter muchas veces- que relativizan la eficacia de los sacramentos y, muchas veces, la propia acción caritativa como don del Paráclito. Estos místicos pretenden ser “independientes” a los postulados de un magisterio Santo o de una tradición apostólica(lo cual es una excusa para cultivar un “misticismo hecho a la medida de sus necesidades”) cayendo luego en toda suerte de caos. “La redención está en el desenfreno del yo, en la inmersión en la exuberancia de lo vital, en el retorno al Todo. Se busca el éxtasis, la embriaguez de lo infinito, que puede acaecer en la música embriagadora, en el ritmo, en la danza, en el frenesí de luces y sombras, en la masa humana” (Cardenal Ratzinger, en Guadalajara, México. 1998).
La humilde obediencia, el servicio desinteresado, el Amor pristino desde la lección evangélica de san Martín de Porres nos invitan pues, hoy mas que nunca, a emprender con valor el sendero de la santidad en la que únicamente halla sentido la experiencia humana. Porque en el hombre anida un anhelo inextinguible hacia lo infinito que solo es capaz de responder Dios. Y en esto, el mulato de Lima, resulto tremendamente mas sabio que aquellos filósofos que redujeron todo a una “fenomenología” insubstancial. Y solo en esta santidad puede ser posible la justicia. No en vano dijo Cristo: “porque yo os digo que si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entrareis en el reino de los Cielos”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ORACIÓN

Señor Nuestro Jesucristo, que dijiste "pedid y recibiréis", humildemente te suplicamos que, por la intercesión de San Martín de Porres, escuches nuestros ruegos.

Renueva, te suplicamos, los milagros que por su intercesión durante su vida realizaste, y concédenos la gracia que te pedimos si es para bien de nuestra alma. Así sea.


Prayer

Lord Jesus Christ, who said "ask and you shall receive" we humbly ask that through the intercession of Saint Martin de Porres, listen to our prayers.

We ask you to renew the miracles that through his life, were granted through his intercession, obtain for us the grace we ask, if it be for the good of our souls, so be it.

Anónimo dijo...

http://www.youtube.com/watch?v=fXbRQbMEkrw

Lima, ciudad de santos