sábado

Meditación sobre el cuerpo desde el misterio la resurrección

Es a Jesús de Nazareth y no a un fantasma a quien los discípulos ven y tocan. Cristo no estaba despojado de su humanidad. No abandonó su carne como una carga ya inútil después de treinta y tres años de sujeción a sus leyes. Esta carne forma parte de su eternidad, de su ser humano-divino. La Alianza es indestructible. Sin embargo, esa carne fue transfigurada. Cristo vive de diferente manera que antes de su muerte. Domina los determinismos del espacio y del tiempo. Aparece, desaparece (“…Et aperti sunt oculi eorum et cognoverunt eum et ipse evanuit ex oculis eorum” Lc 24, 31), atraviesa las puertas cerradas (Jn 19, 26), se mueve sobre la tierra con una libertad que la tierra no conoce. Pero esta carne es real. Aquello que Jesús no permitió a la Magdalena –interdicción rica en sentido, puesto que ya no es más el mismo- se lo permite, se lo impone a Santo Tomás: …Deinde dicit Thomae infer digitum tuum huc et vide manus meas et adfer manum tuam et mitte in latus meum et noli esse incredulus sed fidelis (Alarga acá tu dedo y mira mis manos, y tiende tu mano y métela a mi costado, Jn 20, 27). Esto también lleno de significación: Jesús es el mismo, su pasado de sufrimientos y de muerte se encuentra manifiesto en su presente glorioso.
Transfigurado, pero no menos real, el cuerpo de Cristo es a partir de ahora completa y perfectamente humano. Antes de la resurrección, la humanidad de Jesús estaba marcada con el signo del pecado semejante a todas las humanidades pecadoras (sarx). “Un cuerpo no es perfecto más que en la medida en que está absorbido por el espíritu. El cuerpo del hombre es cosa completamente distinta que el del animal. No es plenamente de sí mismo más que cuando no se puede ser confundido con el del animal” (Guardini, Le seigneur, t. 2, pág. 123). “Si nuestro cuerpo resulta pesado y peligroso, no es porque está unido, sino porque no está lo suficientemente unido al alma, que se le escapa en parte. Esto, por otra parte, se debe a que el alma no se posee completamente a sí misma y debe buscarse, conquistarse, perderse para encontrarse. El espíritu ha sido hecho por Dios y su capacidad más radical es ser divinizable…Por consiguiente, cuando Dios vuelve al cuerpo, el alma, por la gracia, es capaz de transformarlo y adaptarlo a su vida nueva; ella se posee de una forma tan total que puede poseer al cuerpo totalmente, y todo es cuestión de esto. Puesto que la materia es para el espíritu y su capacidad más radical es ser espiritualizable. Porque el espíritu es divinizado, se hace capaz de espiritualizar al cuerpo, en tanto puede serlo sin dejar de ser el mismo y de representar su papel” (J. Mouroux, Le sens chétien de l´homme, pág. 101).
Cristo, desde su concepción. Era Dios. No podemos decir, por lo tanto, que su alma no se poseía por completo a sí misma, que tenía que buscarse, perderse para encontrarse. Pero también es verdad que el cuerpo unido a esta alma era un cuerpo de pecado, una sarx sometida a todos los determinismos de un mundo de pecado. Por lo tanto, Él no era completamente humanoentiendo, en el sentido precisado antes, puesto que ser humano es también aceptar la condición humana con su flaqueza temporal y las etapas históricas de su florecimiento), antes del día en que, entrando en la Gloria del Padre, Él mismo fue glorioso, es decir, espiritualizado. El día en que el cuerpo de Cristo se convirtió en el templo eterno de lo que serían nuestros cuerpos, cuando nuestras almas, divinizadas por la gracia, los penetrarán con tal fuerza que los arrancarán de su condición carnal: resistencia, capacidad, pasibilidad, animalidad.
Puesto que nosotros no podemos representarnos un cuerpo espiritual, tendemos a pensar que un cuerpo es tanto menos cuerpo cuanto más espiritual es. Pero es verdad lo contrario: el cuerpo del hombre, dada la vocación divina del compuesto humano, es más cuerpo que nunca cuando el alma lo domina por completo. Entonces es para el alma un puro instrumento de acción y de comunión y no más velo ni pantalla: plenamente espiritual y plenamente cuerpo.
“En los principios de la edad moderna se erigió en dogma que el cristianismo era enemigo del cuerpo…En realidad, el cristianismo solo ha sido el que ha osado situar al cuerpo en las profundidades más ocultas de Dios”
(Bernardo Sandemont, ¿El catolicismo desprecia el cuerpo?).
Con el cuerpo es la creación material entera –el cosmos- lo que el cristianismo osa situar por la gracia de la resurrección y de la ascensión de Cristo, en la profundidad de Dios. “Pues las criaturas –dice San Pablo- están sujetas a la vanidad, no de grado, sino en razón de quien las sujeta, con la esperanza de que también ellas serán libertadas de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera ahora gime y siente dolores de parto: Nam expectatio creaturae revelationem filiorum Dei expectat vanitati enim creatura subiecta est non volens sed propter eum qui subiecit in spem quia et ipsa creatura liberabitur a servitute corruptionis in libertatem gloriae filiorum Dei scimus enim quod omnis creatura ingemescit et parturit usque adhuc. (Rom 8, 19-22)”. En efecto, el cuerpo del hombre no es separable del cosmos en el cual está enraizado y en el cual vive. Por lo tanto, este está asociado a la gloria de aquel. Buscar aquí una explicación de orden científico es completamente vano. Hay que renunciar a traducir los puntos de vista de la fe en representación. Pero la discreción y la sobriedad en el lenguaje no excluyen la más magnifica de las poesías: “Terra, pontus, sidera quo lavantur flumine!” (Himno de Laudes en el tiempo de Pasión). Además la transformación del cosmos no es más que una consecuencia de aquella.

No hay comentarios: