domingo

De la Vida Sobrenatural del Hombre


Toca aquí decir del hombre tal como hubiera existido en el estado de pura naturaleza, tal como nos le pintan los filósofos. Porque la vida sobrenatural se asienta sobre nuestra vida natural y al perfeccionarla la conserva, importa mucho recordar brevemente cuanto acerca de ella nos enseña la recta razón.
1° Es el hombre un compuesto misterioso de cuerpo y de alma, de materia y de espíritu que en él se juntan íntimamente para formar una sola naturaleza y una sola persona. Es, pues, por así decirlo, el punto de unión, el lazo que junta los espíritus y los cuerpos, un compendio de las maravillas de la creación, un mundo pequeño, resumen de todos los mundos (­­­­­­­σ­­­, una manifestación de la sabiduría divina que supo juntar en uno dos seres de suyo tan separados.
Es un mundo lleno de vida: Según el dicho de S. Gregorio Magno, distínguense tres vidas: la vegetativa, la animal y la intelectual: " Homo habet vivere cum plantis, sentire cum animantibus, intelligere cum angelis". Como la planta, el hombre se nutre, crece y se reproduce; como el animal, conoce los objetos sensibles, dirígese a ellos por el apetito sensitivo, con sus emociones y pasiones, y muévese con movimiento espontáneo; como el ángel, pero en grado inferior y de diferente manera, conoce intelectualmente el ser suprasensible, lo verdadero, y su voluntad se dirige libremente hacia el bien racional.
Estas tres vidas no están sobrepuestas, sino que se compenetran, se coordinan y subordinan para concurrir a un mismo fin, que es la perfección de todo el ser. Es ley racional y biológica a la vez que, en todo ser compuesto, no puede conservarse la vida ni desarrollarse sin la condición de coordinar y, por ende, de subordinar sus diversos elementos al elemento principal, de hacerlos siervos para servirse de ellos. En el hombre, por lo tanto, las facultades inferiores, vegetativas y sensitivas, deberán estar sometidas a la razón y a la voluntad.
Absoluta es esta condición: a compás de su falta, debilitase la vida o desaparece; cuando cesa en realidad la subordinación, comienza la disociación de los elementos, o sea el desmoronamiento del sistema, y, por último, la muerte.
Es, pues, la vida una lucha: porque nuestras facultades inferiores se inclinan con fuerza hacia el placer, mientras que las superiores tienden hacia el bien honesto. Mas entre estos dos suele haber conflicto : lo que nos agrada, lo que es, o nos parece ser útil para nosotros, no es siempre bueno moralmente; será menester que la razón, para imponer el orden, reprima las tendencias contrarias y las venza : ésta es la lucha del espíritu contra la carne, de la voluntad contra la pasión. Muy dura es esta lucha: así como en la primavera sube con fuerza la savia por los árboles, también en la parte sensitiva de nuestra alma levántanse impulsos violentos hacia el placer sensible.
Mas no son de suyo irresistibles; la voluntad, ayudada por el entendimiento, ejerce sobre estos movimientos pasionales un cuádruple poder:
1) poder de previsión, que consiste en prever y prevenir, por medio de una sabia y constante vigilancia, muchas de las imaginaciones, impresiones y movimientos peligrosos;
2) poder de inhibición y de moderación, por el que tenemos a raya o, cuando menos, moderamos los movimientos violentos que se alzan dentro de nuestra alma; así yo puedo impedir que mis ojos se fijen en un objeto peligroso, que mi imaginación guarde representaciones malsanas; si surgiere en mí un movimiento de ira, puédole moderar;
3) poder de estimular, que excita o intensifica, por medio de la voluntad, movimientos pasionales;
4) poder de dirección, por el que dirigimos esos movimientos hacia el bien, y, por ende, los apartamos del mal.
Además de estas luchas intestinas, puede haber otras entre el alma y su Criador. Cierto que por la recta razón conocemos ser obligación nuestra estar sometidos en todo a la voluntad del que es nuestro soberano Dueño. Pero esta obediencia nos cuesta mucho; hay en nosotros una sed ardiente de independencia y autonomía que nos inclina a emanciparnos de la divina autoridad; es la soberbia, a la que no podemos vencer sino por la humilde confesión de nuestra indignidad e impotencia, reconociendo los derechos imprescriptibles del Criador sobre su criatura.
Así, pues, en el estado mismo de naturaleza pura, siempre hubiéramos tenido que pelear contra la triple concupiscencia.
Cuando el hombre, en vez de dejarse llevar de sus malas inclinaciones, hace lo que debe; puede con justicia esperar una recompensa: será ésta para su alma inmortal un conocimiento más amplio y profundo de la verdad y de Dios, pero siempre en conformidad con su naturaleza, esto es, analítico o discursivo, y un amor más puro y duradero. Si, por el contrario, quebranta la ley en materia grave, y no se arrepiente antes de morir, pierde el fin suyo y merece un castigo, que será la privación de Dios, junta con tormentos proporcionados a la gravedad de sus culpas.
Tal hubiera sido la suerte del hombre en el estado que se llama de naturaleza pura, en el que, por lo demás, jamás se hubo; por haber sido elevado el hombre al estado sobrenatural, ya en el momento mismo de su creación, como dice Santo Tomás, ya inmediatamente después, como dice S. Buenaventura.
No se contentó Dios, en su infinita bondad, con otorgar al hombre los dones naturales, sino que quiso además elevarle a un estado superior, confiriéndole dones preternaturales y sobrenaturales.

Tanquerey: “Teología Ascética y Mística”

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