domingo

El papel del corazón VI

Por: Dietrich Von Hildebrand

Consideremos ahora los sentimientos psíquicos. Nos enfrentamos aquí con una variedad de tipos mucho más grande. De hecho, es precisamente en este reino de los sentimientos no-corpóreos donde encontramos las más desastrosas equivocaciones sobre el término «sentimiento». Hay que establecer muchas diferencias decisivas en este ámbito.
Un ejemplo de un tipo de sentimiento no-corporal ontológicamente bajo es el buen humor que se experimenta frecuentemente después de tomar bebidas alcohólicas. No nos referimos a la embriaguez sino más bien a ese ligero «estar alegres». Esta euforia o su estado opuesto de depresión (que puede seguir a la embriaguez real) no es ciertamente una simple sensación corporal a la que se podría oponer, por ejemplo, una sensación diversa como una cierta pesadez. Estas experiencias difieren de las sensaciones corporales que hemos considerado anteriormente como el dolor, el placer físico, la fatiga o el sueño.

Estos estados de «alegría» y depresión son «humores» que no tienen la marca de las experiencias corporales. Porque, para empezar, estos estados psíquicos no tienen por qué estar causados por procesos corporales. Una depresión puede estar causada por una experiencia psíquica como, por ejemplo, una gran tensión o una impresión no asimilada. Además, se puede estar deprimido o de mal humor sin saber la causa, que de hecho puede estar en una penosa discusión del día anterior o en que se ha estado sometido a una situación de gran tensión o sufrimiento.
Pero incluso en el caso de que estos humores estén causados por nuestro cuerpo, no se presentan como la «voz» de nuestro cuerpo ni son estados de nuestro cuerpo, Son mucho más «subjetivos», es decir, están más radicados en el sujeto que las sensaciones Corporales. Podemos estar alegres mientras padecemos un dolor físico; y este estado de ánimo positivo se manifiesta en el ámbito de nuestras experiencias psíquicas: el mundo aparece de color de rosa, el mal humor desaparece y la alegría inunda todo nuestro ser.
Naturalmente, no pretendemos negar que puedan existir diferentes sensaciones corporales que acompañan a este estado psíquico de buen humor. Pero que estos sentimientos psíquicos estén acompañados por sensaciones corporales y que ambos coexistan en nosotros, no disminuye la diferencia entre ellos. La diferencia esencial permanece incluso si se experimenta una conexión entre una sensación corporal y un estado psíquico como, por ejemplo, cuando una sensación corporal de salud y vitalidad coexiste con el sentimiento físico de alegría o de buen humor. En este caso, las dos realidades no sólo coexisten y se interpenetran mutuamente, sino que podemos darnos cuenta en esta misma experiencia de la influencia que nuestra vitalidad corporal tiene sobre nuestro estado psíquico de alegría. Pero la experiencia de esta conexión no borra de ningún modo la diferencia básica entre las sensaciones corporales y el sentimiento o estado psíquico.
El carácter intencional está presente en cada acto de conocimiento, en cada respuesta teórica (como la convicción o la duda), en cada respuesta volitiva y en cada respuesta afectiva. Está también presente en las diferentes formas de «ser afectado» como conmoverse, llenarse de paz o ser edificado. Aunque la intencionalidad no garantiza aún la espiritualidad en su sentido pleno, sí implica la presencia de un elemento racional, de una racionalidad estructural. Los sentimientos psíquicos no-intencionales son por lo tanto claramente no-espirituales. La falta de intencionalidad les separa claramente de la esfera de la espiritualidad.
En segundo lugar, los estados psíquicos están «causados» por procesos corpóreos o psíquicos mientras que las respuestas afectivas están «motivadas». Una respuesta afectiva nunca puede surgir por una simple causación, sino por una motivación. La verdadera alegría implica necesariamente no sólo la conciencia de un objeto sobre el que nos alegramos, sino también la conciencia de que este objeto es la razón de la alegría. Al alegrarnos por la recuperación de un amigo sabemos que es este suceso el que engendra y motiva nuestra alegría. La recuperación de nuestro amigo está conectada por lo tanto con nuestra alegría a través de una relación significativa e inteligible. Esta experiencia difiere esencialmente del estado de buen humor causado, por ejemplo, por las bebidas alcohólicas. Entre la bebida y la jovialidad sólo existe una conexión de causalidad eficiente, una conexión que en cuanto tal no es inteligible. Nos limitamos a saber, por experiencia, que las bebidas alcohólicas tienen este efecto. En el caso de alegría por la recuperación de un amigo, la conexión entre este suceso y nuestra alegría es tan inteligible que la verdadera naturaleza de este suceso y su valor reclama la alegría. Y esto significa que nuestra alegría presupone el conocimiento de un objeto y de su importancia, y que el proceso por el que el objeto, al ser importante, engendra nuestra alegría es también consciente y tiene lugar en el reino espiritual de la persona. Más adelante volveremos sobre las características de la intencionalidad y de la motivación.
Al poner de relieve el carácter espiritual de las respuestas afectivas y su diferencia con respecto a los meros estados psíquicos y aún más de las sensaciones corporales, no descuidamos de ningún modo el hecho que estas respuestas afectivas tienen repercusiones en el cuerpo. Estamos muy lejos de esas posiciones que tienden a negar la íntima unión que existe entre el alma y el cuerpo. Nuestro empeño por distinguir claramente entre las experiencias corporales y espirituales no implica de ningún modo que caigamos en un falso espiritualismo. Pertenece ciertamente a la naturaleza del hombre que estas respuestas afectivas espirituales repercutan en el cuerpo. Pero la gran proximidad entre estos dos tipos de experiencias no disminuye en nada su radical diferencia. Es más, deberíamos darnos cuenta de que aunque las respuestas afectivas puedan engendrar estas repercusiones corporales, la situación no es reversible de ninguna manera: los procesos corporales en cuanto tales nunca pueden engendrar estas respuestas afectivas. Un determinado estado corporal de salud y vitalidad puede ser un presupuesto necesario para estas respuestas, pero su llegada a la existencia se debe siempre a un motivo, es decir, al conocimiento de un suceso que reviste cierta importancia.

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