sábado

El papel del corazón V

Por: Dietrich Von Hildebrand

Una teoría y una actitud completamente erróneas se esconden detrás de este uso impropio del término «histérico». Muchos elementos y falsas tradiciones han concurrido a crear una mentalidad que considera toda manifestación afectiva intensa, y especialmente su manifestación abierta, como algo despreciable y desagradable. Un estoicismo anglosajón y una mojigatería puritana, así como la desafortunada identificación de la objetividad con una actitud neutral, de exploración (lo cual es legítimo en un laboratorio), son los responsables del descrédito de la afectividad en cuanto tal. También ha contribuido a ello algunas veces la intrusión de frases hechas tomadas de manuales de psicología de escasa calidad. En cualquier caso, esta actitud es síntoma de una superficialidad deplorable.
Desde un punto de vista filosófico, no se puede justificar el descrédito de la esfera afectiva y del corazón simplemente porque están expuestos a tantas perversiones y desviaciones. Y aunque es verdad que en la esfera del entendimiento y de la voluntad la falta de autenticidad no juega un papel análogo, de todos modos el daño causado por teorías erróneas o falsas es incluso más siniestro y desastroso que la falta de autenticidad de los sentimientos. ¿Deberíamos acaso mirar con desconfianza al entendimiento sólo por las innumerables absurdidades que ha concebido y porque la gente no intelectual, que nunca ha sido afectada por esas absurdidades, se ha mantenido más sana que los infelices que han sufrido su influencia? ¿Tiene razón el filósofo alemán Ludwig Mages cuando llama al espíritu «la calle muerta de la vida» porque ha sido el espíritu, y especialmente el entendimiento, el responsable de toda suerte de distorsiones artificiales y de la pérdida de autenticidad en muchos sectores de la vida?
Hemos mencionado ya que la esfera afectiva comprende un conjunto de experiencias que difieren de manera notable en estructura, cualidad y rango, y que van desde los estados no espirituales hasta respuestas afectivas de alto nivel espiritual. Enumeraremos ahora brevemente los principales tipos de experiencias afectivas o «sentimientos» para mostrar cuán erróneo es tratar esta esfera como si fuera homogénea. Esta enumeración nos mostrará en sus alturas y en sus profundidades el tremendo papel que juega la esfera afectiva y el lugar que ocupa el corazón en la vida y en el alma del hombre.
La primera diferencia fundamental en el campo de la afectividad es la que existe entre las sensaciones físicas y los sentimientos psíquicos. Consideremos, por ejemplo, un dolor de cabeza, el placer que sentimos al tomar un baño caliente, la fatiga psíquica, la agradable experiencia de descansar cuando estamos cansados o la irritación de nuestros ojos cuando han estado expuestos a una luz demasiado intensa. En todos estos casos, la sensación se caracteriza por ser una experiencia claramente relacionada con nuestro cuerpo. Todas estas sensaciones son, evidentemente, experiencias conscientes, y están separadas por un insalvable abismo de los procesos fisiológicos aunque guardan con ellos la más estrecha relación causal.
Es importante darse cuenta, sin embargo, que la relación de estas sensaciones con el cuerpo no se limita a una vinculación causal con los procesos fisiológicos, implica también una relación consciente y experimental con el cuerpo. Mientras sentimos estos dolores o placeres, los vivimos como algo que tiene lugar en nuestro cuerpo. En algunos casos están estrictamente localizados en una parte determinada de nuestro cuerpo como, por ejemplo, el dolor en un pie o en un diente. En otras ocasiones, como la fatiga, afectan a todo el cuerpo. Algunas veces los vivimos como el efecto de algo en nuestro cuerpo, por ejemplo, cuando la aguja del doctor nos pincha; en otras, como «sucesos» que tienen lugar dentro del mismo cuerpo (No resulta necesario mencionar los instintos o impulsos fisiológicos como un grupo distinto de experiencias corporales. Es verdad que la sed, o cualquier otro instinto corporal, difieren bajo muchos aspectos de las sensaciones típicamente corporales, como el dolor o el gusto. Pero también lo es que los sentimos, de modo que pertenecen a la especie de las «sensaciones» corporales. La característica que interesa en este contexto se aplica también a estos instintos por lo que podemos incluirlos en este ensayo bajo el concepto de «sensaciones (feelings) corporales»).
Incluso prescindiendo del conocimiento que se deriva de experiencias previas y de la información que nos da la ciencia, estas sensaciones muestran claramente la característica propia de las experiencias corporales. Si comparamos un dolor de cabeza con la tristeza por un suceso trágico es imposible no darse cuenta de la diferencia fundamental que existe entre estos dos «sentimientos». Uno de los rasgos más característicos de esta diferencia está precisamente en el carácter corporal del dolor, que lo distingue de la tristeza. Este carácter corporal lo descubrimos tanto en la cualidad de estas sensaciones como en la estructura y naturaleza de su ser experimentadas. Este tipo de sensaciones y de instintos corporales son el único tipo de sensaciones que tienen una relación fenomenológica con el cuerpo. Son, de algún modo, la «voz» de nuestro cuerpo. Forman el centro de nuestra experiencia corpórea, la que nos afecta de manera más aguda y la más alerta y consciente; son el núcleo más existencial de nuestra experiencia corpórea.
Sería completamente erróneo pensar que las sensaciones corpóreas de los hombres son las mismas que las de los animales ya que el dolor corporal, el placer y los instintos que experimenta una persona poseen un carácter radicalmente diferente del de un animal. Los sentimientos corporales y los impulsos en el hombre no son ciertamente experiencias espirituales, pero son sin lugar a dudas experiencias personales.
Esto supone que existe un puente infranqueable entre las sensaciones corporales humanas y las sensaciones corporales animales. Aun concediendo que algunos procesos fisiológicos son homólogos, en la vida consciente de un ser humano todo es radicalmente distinto al estar insertado en el mundo misteriosamente profundo de la persona y al ser vivido y experimentado por un «yo».
No es necesario indicar aquí hasta qué punto resulta patente el carácter personal de esta experiencia corporal ni discutir la inagotable diferenciación de su significado en cada personalidad individual. Esta diferenciación nace de la actitud de la persona hacia la experiencia corporal, que es determinante, y del modo en que la vive, es decir, de la diferencia de ethos por lo que se refiere a la pureza y a la integridad espiritual. Surge también del simple hecho que se trata de esta persona, esta amada personalidad individual quien lo experimenta.

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