Por: Dietrich Von Hildebrand
Otro tipo de falta de autenticidad afectiva está causado por una profunda inmersión en uno mismo. Este tipo no es retórico, no es dado a frases ampulosas y no se deleita en la declamación y en la gesticulación de respuestas afectivas, pero disfruta del sentimiento en cuanto tal. El rasgo específico de esta falta de autenticidad estriba en que, en lugar de centrarse en el bien que nos afecta o que origina una respuesta afectiva, la persona se centra en su propio sentimiento. El contenido de la experiencia se desplaza de su objeto al sentimiento ocasionado por el objeto. El objeto asume así el papel de un medio cuya función es proporcionarnos un cierto tipo de sentimiento. Un típico ejemplo de esa falta de autenticidad introvertida lo constituye la persona sentimental que goza conmoviéndose hasta las lágrimas como medio de procurarse un sentimiento placentero. Mientras que «conmoverse», en su sentido genuino implica «concentrarse» (being focused) en el objeto, en la persona sentimental el objeto queda reducido a la función de un puro medio que sirve para originar la propia emoción. Lo que debería ser algo que nos afecta intencionalmente, queda así degradado a un puro estado emocional originado o activado por un objeto.
Pero la persona sentimental no afronta sus propios sentimientos en el pleno sentido de la palabra, como lo hace quien se autoanaliza constantemente. Busca conmoverse sólo de modo indirecto, pero incluso esta actitud es suficiente para desenfocarlo por lo que se refiere al objeto. Y junto a esta perversión estructural se da la pobre cualidad de la «emoción» experimentada y del objeto que la provoca.
Mientras que la falta de autenticidad retórica en todas sus variadas formas es principalmente una consecuencia del orgullo, el sentimentalismo proviene principalmente de la concupiscencia.
Sería, no obstante, una hipersimplificación ridícula considerar todas las ocasiones de conmoverse como ejemplos de sentimentalismo. Conmoverse, en su sentido genuino, es una de las experiencias afectivas más nobles: es el reblandecimiento de la propia aridez o insipidez de corazón, es una rendición ante las cosas grandes y nobles que provocan lágrimas (sunt lacrimae rerum). Sólo una mirada distorsionada por el culto a la virilidad podría confundir la noble experiencia de conmoverse con el sentimentalismo: «la corrupción de lo mejor es lo pésimo» (corruptio optimi pessima). El hecho de que la persona sentimental abuse de esta experiencia no debe ser en absoluto una ocasión para desacreditarla. Todo sentimiento se pervierte y corrompe al disfrutarlo de modo introvertido.
El tercer tipo de falso sentimiento, el tipo clásico por decirlo de algún modo, es el histérico. Nos referimos a aquellas personas encerradas en un egocentrismo excitable. Pueden ser muy trabajadoras y eficaces; pueden poseer una energía indomable, una peculiar intensidad y vitalidad; pueden incluso ser refinados; pero todo lo que sienten, hacen o dicen, está inficionado por la falsedad y la inautenticidad. No se trata sólo de que se embellezcan y aumenten artificialmente ni de que estén corroídas por la autoindulgencia afectiva sino que están viciadas por un espíritu de falsedad que, aun en el caso de no ser consciente ni buscado, degrada la verdadera cualidad de todos sus sentimientos.
Tanto el orgullo como la concupiscencia están en la base de esta perversión. Estas personas están siempre dándose vueltas a sí mismas, preocupadas constantemente por satisfacer su deseo peculiar e incansable de estar en primera línea, de desempeñar un papel, de hacerse las interesantes no sólo para los demás, sino también para sí mismas. Pueden incluso mentir cuando hablan de sus experiencias y logros. No mienten de modo consciente, no se dan cuenta de su falsedad, pero toda su existencia está construida sobre un fundamento falso, y todos sus sentimientos y su voluntad, toda su actuación y su conducta, están empapados de falta de autenticidad cualitativa, la cual se manifiesta en una, volubilidad que entremezcla verdad y mentira. El ardiente deseo de ocupar el centro del escenario, de impresionar, de atraer la atención y, sobre todo, el interés de los demás, les empuja a decir muchas falsedades. Como están tan aherrojados por esta necesidad y viven en un mundo en el que los deseos y la realidad no están claramente distinguidos, y cuyo clima es de «exaltación» y de falsedad cualitativa, no son conscientes de mentir. Así pues, no son responsables de esas mentiras como lo son las personas no histéricas.
Aunque estas actitudes nos ayudan a caracterizar el tipo histérico, queremos, sin embargo, subrayar ante todo la falta de autenticidad de los sentimientos que se encuentran detrás de todas estas manifestaciones. Lo que nos interesa aquí es la intrínseca falsedad de los sentimientos de la persona histérica se trate de alegría, pesar, entusiasmo, indignación, contrición o compasión. Queremos hacer notar este tipo de falta de autenticidad tal como se encuentra en estas personas en comparación con el tipo retórico o sentimental.
El término «histérico» se aplica a veces a un estado emotivo caracterizado por un cierto grado de confusión incontrolable. Si, por ejemplo, a causa de la muerte de un ser querido, una persona está fuera de sí por la pena y se comporta de un modo extremadamente inconsistente, alternando el llanto y la risa, decimos que «se ha puesto histérica». Si los estados afectivos tales como el pesar, la desesperación, la agitación o el temor degeneran en un estado de excitación que ya no se corresponde con la respuesta afectiva en cuestión, la calificación de «histérico» tiene una cierta justificación.
Sin embargo, se debe subrayar con fuerza que hay una diferencia fundamental entre el grado de intensidad de una experiencia afectiva y el carácter irracional e inconsistente de ciertos estados emocionales. La persona que se encuentra a merced de estos estados manifiesta sus sentimientos no sólo de un modo totalmente inadecuado, sino también con una conducta que falsifica y contradice la verdadera naturaleza de sus sentimientos. Debemos insistir en este punto porque a veces el término «histérico» se aplica a cualquier grado elevado de intensidad en la esfera afectiva. Tan pronto como manifiesta abiertamente una pena o preocupación profunda, es a veces calificado de «histérico», incluso cuando su respuesta es totalmente adecuada. La tristeza que un esposo amante manifiesta sin ambages ante el lecho de muerte de su mujer, o la preocupación agobiante por una persona amada en peligro son respuestas afectivas que obviamente no merecen en absoluto una consideración peyorativa. No poseen el carácter irracional e inconsistente de la respuesta neurótica, y menos aún tienen nada que ver con la falta de autenticidad de la persona histérica en el sentido antes indicado.
Otro tipo de falta de autenticidad afectiva está causado por una profunda inmersión en uno mismo. Este tipo no es retórico, no es dado a frases ampulosas y no se deleita en la declamación y en la gesticulación de respuestas afectivas, pero disfruta del sentimiento en cuanto tal. El rasgo específico de esta falta de autenticidad estriba en que, en lugar de centrarse en el bien que nos afecta o que origina una respuesta afectiva, la persona se centra en su propio sentimiento. El contenido de la experiencia se desplaza de su objeto al sentimiento ocasionado por el objeto. El objeto asume así el papel de un medio cuya función es proporcionarnos un cierto tipo de sentimiento. Un típico ejemplo de esa falta de autenticidad introvertida lo constituye la persona sentimental que goza conmoviéndose hasta las lágrimas como medio de procurarse un sentimiento placentero. Mientras que «conmoverse», en su sentido genuino implica «concentrarse» (being focused) en el objeto, en la persona sentimental el objeto queda reducido a la función de un puro medio que sirve para originar la propia emoción. Lo que debería ser algo que nos afecta intencionalmente, queda así degradado a un puro estado emocional originado o activado por un objeto.
Pero la persona sentimental no afronta sus propios sentimientos en el pleno sentido de la palabra, como lo hace quien se autoanaliza constantemente. Busca conmoverse sólo de modo indirecto, pero incluso esta actitud es suficiente para desenfocarlo por lo que se refiere al objeto. Y junto a esta perversión estructural se da la pobre cualidad de la «emoción» experimentada y del objeto que la provoca.
Mientras que la falta de autenticidad retórica en todas sus variadas formas es principalmente una consecuencia del orgullo, el sentimentalismo proviene principalmente de la concupiscencia.
Sería, no obstante, una hipersimplificación ridícula considerar todas las ocasiones de conmoverse como ejemplos de sentimentalismo. Conmoverse, en su sentido genuino, es una de las experiencias afectivas más nobles: es el reblandecimiento de la propia aridez o insipidez de corazón, es una rendición ante las cosas grandes y nobles que provocan lágrimas (sunt lacrimae rerum). Sólo una mirada distorsionada por el culto a la virilidad podría confundir la noble experiencia de conmoverse con el sentimentalismo: «la corrupción de lo mejor es lo pésimo» (corruptio optimi pessima). El hecho de que la persona sentimental abuse de esta experiencia no debe ser en absoluto una ocasión para desacreditarla. Todo sentimiento se pervierte y corrompe al disfrutarlo de modo introvertido.
El tercer tipo de falso sentimiento, el tipo clásico por decirlo de algún modo, es el histérico. Nos referimos a aquellas personas encerradas en un egocentrismo excitable. Pueden ser muy trabajadoras y eficaces; pueden poseer una energía indomable, una peculiar intensidad y vitalidad; pueden incluso ser refinados; pero todo lo que sienten, hacen o dicen, está inficionado por la falsedad y la inautenticidad. No se trata sólo de que se embellezcan y aumenten artificialmente ni de que estén corroídas por la autoindulgencia afectiva sino que están viciadas por un espíritu de falsedad que, aun en el caso de no ser consciente ni buscado, degrada la verdadera cualidad de todos sus sentimientos.
Tanto el orgullo como la concupiscencia están en la base de esta perversión. Estas personas están siempre dándose vueltas a sí mismas, preocupadas constantemente por satisfacer su deseo peculiar e incansable de estar en primera línea, de desempeñar un papel, de hacerse las interesantes no sólo para los demás, sino también para sí mismas. Pueden incluso mentir cuando hablan de sus experiencias y logros. No mienten de modo consciente, no se dan cuenta de su falsedad, pero toda su existencia está construida sobre un fundamento falso, y todos sus sentimientos y su voluntad, toda su actuación y su conducta, están empapados de falta de autenticidad cualitativa, la cual se manifiesta en una, volubilidad que entremezcla verdad y mentira. El ardiente deseo de ocupar el centro del escenario, de impresionar, de atraer la atención y, sobre todo, el interés de los demás, les empuja a decir muchas falsedades. Como están tan aherrojados por esta necesidad y viven en un mundo en el que los deseos y la realidad no están claramente distinguidos, y cuyo clima es de «exaltación» y de falsedad cualitativa, no son conscientes de mentir. Así pues, no son responsables de esas mentiras como lo son las personas no histéricas.
Aunque estas actitudes nos ayudan a caracterizar el tipo histérico, queremos, sin embargo, subrayar ante todo la falta de autenticidad de los sentimientos que se encuentran detrás de todas estas manifestaciones. Lo que nos interesa aquí es la intrínseca falsedad de los sentimientos de la persona histérica se trate de alegría, pesar, entusiasmo, indignación, contrición o compasión. Queremos hacer notar este tipo de falta de autenticidad tal como se encuentra en estas personas en comparación con el tipo retórico o sentimental.
El término «histérico» se aplica a veces a un estado emotivo caracterizado por un cierto grado de confusión incontrolable. Si, por ejemplo, a causa de la muerte de un ser querido, una persona está fuera de sí por la pena y se comporta de un modo extremadamente inconsistente, alternando el llanto y la risa, decimos que «se ha puesto histérica». Si los estados afectivos tales como el pesar, la desesperación, la agitación o el temor degeneran en un estado de excitación que ya no se corresponde con la respuesta afectiva en cuestión, la calificación de «histérico» tiene una cierta justificación.
Sin embargo, se debe subrayar con fuerza que hay una diferencia fundamental entre el grado de intensidad de una experiencia afectiva y el carácter irracional e inconsistente de ciertos estados emocionales. La persona que se encuentra a merced de estos estados manifiesta sus sentimientos no sólo de un modo totalmente inadecuado, sino también con una conducta que falsifica y contradice la verdadera naturaleza de sus sentimientos. Debemos insistir en este punto porque a veces el término «histérico» se aplica a cualquier grado elevado de intensidad en la esfera afectiva. Tan pronto como manifiesta abiertamente una pena o preocupación profunda, es a veces calificado de «histérico», incluso cuando su respuesta es totalmente adecuada. La tristeza que un esposo amante manifiesta sin ambages ante el lecho de muerte de su mujer, o la preocupación agobiante por una persona amada en peligro son respuestas afectivas que obviamente no merecen en absoluto una consideración peyorativa. No poseen el carácter irracional e inconsistente de la respuesta neurótica, y menos aún tienen nada que ver con la falta de autenticidad de la persona histérica en el sentido antes indicado.
1 comentario:
Me parecen categorías cerradas las definidas,nada es ni blanco ni negro,se pueden tener características de unos u otros ,mezcladas,necesitar caretas a veces,proteger lo que somos ante la incomprensión y el rechazo,ser auténtico no es ser un héroe de mundo en contínua lucha contra todo,sino ser quien se es a cada momento,y eso no es no ser auténtico,sino ser fiel a quien se es en cada momento,en cada circunstancia,habrá veces que necesite introspección y otras extroversión.La sensibilidad es una forma especial de ser y sentir,no considero el provocar sentimientos sensibilidad sino mas bien es al contrario,siente sin poder evitarlo porque está en su naturaleza sentir así.
Por lo demás buena reflexión,aunque yo sea atea y haya caído aquí de rebote desde la filosofía xd
Un saludo.
Publicar un comentario