sábado

Dones preternaturales conferidos a Adán


El don de integridad perfecciona la naturaleza del hombre sin elevarla hasta el orden divino; es ciertamente un don gratuito, preternatural, que supera las exigencias y las fuerzas de aquella; pero que aún no es lo sobrenatural por esencia. Encierra en sí tres sublimes privilegios, que, sin mudar en el fondo la naturaleza humana, le dan una perfección a la cual no tenía derecho alguno, y que son: la ciencia infusa, el dominio de las pasiones, o sea, estar libre de la concupiscencia, y la inmortalidad del cuerpo.
A) La Ciencia infusa. - No tenemos nosotros derecho a ella por nuestra naturaleza, porque es propia de los ángeles; la ciencia no podemos conseguirla sino progresiva y difícilmente, según las leyes psicológicas.
Mas, para que el hombre pudiera fácilmente cumplir su oficio de cabeza y educador del género humano, concedióle Dios gratuitamente el conocimiento infuso de cuantas verdades le convenía saber, y cierta facilidad para adquirir la ciencia experimental: acercábase así a los ángeles.
B) El dominio de las pasiones.-  O el estar libre de la tiránica concupiscencia que hace tan difícil el ejercicio de la virtud. Ya dijimos que, por la constitución misma del hombre, hay en éste una terrible lucha entre el deseo sincero del bien y el apetito desordenado de los placeres y de los bienes sensibles, y, además, una fuerte inclinación a la soberbia: esto es lo que llamamos la triple concupiscencia. Para remediar esta imperfección natural, otorgó Dios a nuestros primeros padres cierto dominio de las pasiones, por el que, sin llegar a ser impecables, tenían cierta facilidad en practicar la virtud.
No había en Adán la tiranía despótica de la concupiscencia que inclina violentamente al mal, sino solo cierta tendencia al placer subordinado a la razón. Porque estaba su voluntad sujeta a Dios, sujetas estaban sus facultades inferiores a la razón, y el cuerpo al alma : esto era el orden, la rectitud perfecta.
C) La inmortalidad corporal.- Por su naturaleza está el hombre sujeto a la enfermedad y a la muerte; mas, por una providencia especial, fue preservado de esta doble flaqueza, para que pudiera el alma dedicarse con mayor libertad al cumplimiento de sus deberes más excelsos.
Todos estos privilegios tenían por fin preparar al hombre para recibir un don mucho más precioso, entera y  absolutamente sobrenatural, la gracia santificante, y para hacer buen uso de ella.

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