jueves

Podando en el huerto

Si lo opuesto a la humildad es la inquietud, la oposición de la inquietud es la paz, la quietud. La paz es signo y compañera de la humildad.

Entramos con esto en el dominio predilecto de san Francisco de Sales. Para él, «la humildad debe ser generosa y apacible». «Que vuestro ánimo sea humilde y vuestra humildad animosa. Vivid esto serenamente, y no sólo serenamente, sino con alegría, gozosamente. Cuando tengáis defectos corregidos, pero procurad hacerlo con agrado, como hacen los aficionados a los ejercicios campestres, que podan los árboles de su huerto.»

Debemos corregir contentos nuestras miserias. Esto es, la «serena y apacible humildad de corazón». Por eso, los humildes no se extrañan dé sus caídas ni de su lentitud. ¿Por qué las permite Dios? «Nuestro Señor—dice san Francisco de Sales—aprecia tanto la humildad, que no repara en permitir que caigamos en pecados a fin de sacar de las caídas santa humildad.»

Dos cosas hacen crecer a un cristiano, militante o sacerdote: la Eucaristía y las «farolas del alumbrado», contra las que se rompe uno la nariz. «Vuestro pesar tiene que ser animoso y tranquilo. Vuestras miserias y vuestras flaquezas no deben extrañaros. Dios ha visto muchas», añade san Francisco de Sales.

Un cuento de Grimm, El sastrecillo, resulta muy adecuado para ilustrar lo que es la bondad de Dios, que no se sorprende de nada. Un sastre astuto llega, no se sabe por qué artimaña, a entrar en el paraíso. Entra cuando no había nadie. Sin duda, la corte celestial estaba de paseo. El sastrecillo ve el trono de Dios, se sienta en él. Ve también el escabel que le sirve al Señor para poner los pies. Es maravilloso. Y como está en el paraíso, ve lo que pasa en la tierra.

Ve entonces que su vecina, una pobre mujer necesitada, está robando no sé qué. El sastrecillo, presa de gran indignación al ver un espectáculo tan horrible estando en el paraíso, coge el escabel y lo tira a la tierra sobre la pobre mujer. Justo en ese momento volvía la corte celestial con el mismo Dios al frente. Lleno de miedo el sastrecillo por haber entrado subrepticiamente en el paraíso, se esconde lo mejor que puede detrás del trono.

Pero ¿dónde está el escabel? Todos se ponen a buscar lo, y lo que encuentran es al sastrecillo temblando de miedo: «¿Qué haces?» El explica su caso. «Y el escabel, ¿dónde está?» El sastrecillo cuenta que al ver a su vecina cometer un gran pecado, se lo había tirado a la cabeza.

A esto los ángeles le dijeron: «¿Has olvidado ya que con frecuencia cobrabas mucha más tela de la que necesitabas en los trajes?» Y el mismo Dios añadió: «Además, si cada vez que la gente de la tierra hace alguna tontería estuviera yo obligado a tirarles algo sobre la cabeza, el mobiliario del cielo no sería suficiente.»

Así era la bondad de san Francisco de Sales, copia de la de Dios: «Dios ha visto otros muchos pecados y su misericordia no rechaza a los miserables, la ejercita haciendo el bien.» Hay que procurar unir dos cosas:

«Una atracción extraordinaria hacia el bien—hay que procurar hacer lo que tenemos que hacer y no adquirir el hábito de la negligencia—, pero sin turbarnos, inquietarnos o extrañarnos si cometemos alguna falta, porque el primer punto depende de nuestra fidelidad y el segundo de nuestra flaqueza, de la que nunca conseguiremos deshacernos durante nuestra vida mortal.»

La única falta grave, el pecado contra el Espíritu, es no querer reconocer nuestra flaqueza y empeñarnos en llamar bien al mal particular que cometemos. El mayor desorden de nuestra actual civilización es no llamar ya al bien y al mal con su verdadero nombre…

Por: Jacques Loew  “En la escuela de los grandes orantes”

Vía: Hesiquia

1 comentario:

Álvaro Menéndez Bartolomé dijo...

Muchas gracias por el artículo. Me ha recordado a un autor -muy querido por san Francisco de Sales-: a Lorenzo Scupoli, en su obra 'El combate espiritual' http://ameiric.blogspot.com/2011/04/scupoli-y-su-combate-espiritual.html

Se echa de menos un tipo de letra más grande.

Un abrazo.