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La santa eucaristía y el nuevo jansenismo

Para comulgar se requieren cuatro condiciones, lo sabéis tan bien como yo. Entre ellas, las tres primeras tienen que ver con la naturaleza de las cosas, tales como Dios las ha instituido. Ninguna potestad de este mundo puede cambiarlas: hace falta estar bautizado, hace falta estar en estado de gracia, hace falta tener una intención recta.

El bautismo es necesario porque sólo él otorga el poder de recibir los demás sacramentos. Más exactamente, es el carácter que el sacramento del bautismo imprime en nuestras almas el que nos confiere esa capacidad. Por esa razón el bautismo de deseo o el de sangre no bastan: ambos suplen el efecto de la gracia del bautismo, pero no imprimen el carácter indeleble que nos delega para el culto de Dios, que nos dona la capacidad receptora. Si un no bautizado recibiera la santa Comunión, ciertamente recibiría a Jesucristo, que está presente en la hostia con independencia de nosotros, pero no recibiría la gracia sacramental que nos une a Jesucristo y nos transforma en Él.

La recta intención también es necesaria. A decir verdad es necesaria para todas nuestras acciones, pero cuanto más santa es la acción, más se requiere esa rectitud de intención. Por eso nosotros debemos acercarnos a la sagrada mesa por amor de Dios y no por ningún motivo humano, como lo sería “hacer como hace todo el mundo” o “complacer a mi madrina”.

El estado de gracia no se adquiere irremisiblemente, por eso debe ser objeto de nuestros principales cuidados. Para corresponder al amor de Dios, para estar preparado en cada instante para comparecer ante Él, para no perder la ocasión de recibirle en la comunión, hemos de cuidar ese estado de gracia más que la niña de nuestros ojos. Esa solicitud es tanto más necesaria cuanto que nosotros no tenemos la evidencia de estar en gracia con Dios: no tenemos más que el sincero testimonio de nuestra conciencia de que no hemos pecado mortalmente después de nuestra última buena confesión. Digamos de pasada que esto confirma que lo indispensable que es para la vida cristiana tener un serio conocimiento del catecismo. El correlativo necesario de la presencia eucarística es la presencia personal de Dios en nosotros: sin ella, la comunión no aporta la vida divina, sino la muerte del alma. Mors est malis, vita bonis (“Para el malo es la muerte, para el bueno, la vida”), cantamos en el Lauda Sion.

La cuarta condición para comulgar es estar en ayunas. Esta obligación tiene en cuenta la naturaleza de las cosas, pero no está absolutamente vinculada por ella: ésa es la razón por la que puede ser dispensada en caso de necesidad (la comunión en viático) o por qué el Papa Pío XII pudo suavizar su rigor.

Si a una persona le falta alguna de las condiciones enumeradas es indigna de recibir la santa Comunión. Si las cumple todas no es indigna. Pero, ¿es digna? He aquí una dificultad que es necesario aclarar.

Una criatura jamás es digna de recibir a su Creador; peor aún, un pecador, aun arrepentido, no es digno de recibir a aquél que es la santidad infinita, que nada tiene en común con el pecado. Pero, entonces, no somos jamás dignos de comulgar… y sin embargo es Nuestro Señor mismo el que nos llama a la sagrada mesa: “Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tendréis la vida eterna… Venid a mí, todos vosotros que estáis cansados y yo os aliviaré… Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a penitencia…”.

¿Cómo resolver esta aporía? Señalando algo que es una verdad salutífera: ser digno de recibir a su Dios no es una condición para recibir la santa Comunión, es el resultado de la santa Comunión. No nos acercamos a comulgar porque nos consideramos dignos. Nos acercamos a comulgar porque Jesucristo nos invita, porque nos llama a todo.

"Oncle Armand"

[Tomado de la revista familiar "La cigale de Saint-François" ].

1 comentario:

el brigante dijo...

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Estimado Boudham, quizás no te percataste de que el texto está incompleto. Te pongo, aquí, la parte final del artículo de "Oncle Armand", la que precisamente da sentido a la mención del "nuevo jansenismo". Saludos:

"¿Cómo resolver esta aporía? Señalando algo que es una verdad salutífera: ser digno de recibir a su Dios no es una condición para recibir la santa Comunión, es el resultado de la santa Comunión. No nos acercamos a comulgar porque nos consideramos dignos. Nos acercamos a comulgar porque Jesucristo nos invita, porque nos llama a todos (cumplidos las cuatro condiciones) Y es la misma santa comunión la que subsana la indigencia de nuestra alma.
Una de las facetas de la herejía jansenista consistió en confundir la condición con el resultado. Los enemigos de Jesucristo y de su Iglesia pretendían que hacía falta ser santo para comulgar, cuando en realidad la santidad es el fruto de la santa comunión. Nuestro esfuerzo (¡aunque se requiere!) no produce la santidad, que es producida por la acción de Jesucristo, infinitamente santo, presente en el Sacramento.
Un error semejante y también nefasto circula hoy en los medios llamados tradicionales. Consiste en afirmar que la conformidad con la Tradición de la Iglesia es una condición previa para la infalibilidad del Magisterio, cuando esa conformidad es el resultado de la infalibilidad. Este error, forjado para eludir la lógica de la fe, es mucho más grave que un simple malentendido: hace vano el Magisterio de la Iglesia, hace imposible el conocimiento cierto de la Revelación divina, destruye la fe sin la que es imposible complacer a Dios.
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Lejos de esos dos errores devastadores, adhirámonos a Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. En la santa Iglesia y por ella, Nuestro Señor nos concede dos presentes que manifiestan su infinita bondad: la virtud de la fe, por la que nos ilumina con la Verdad eterna; la santa Comunión, por la que anticipa en nuestra alma la Vida eterna y nos da los medios de perseverar".