1 Anticipo es, de la bienaventuranza, la continua celebración del momento presente; la gratitud por el obsequio de la vida a cada instante; la degustación plácida de un permanente “ahora”.
2 Pues la prisa es, tantas veces, el olvido flagrante para con el Amor que Dios en cada cosa nos prodiga; desmayados parecemos a las caricias de Su apacible mano; nos tornamos indiferentes a los favores de Su inmarcesible Gracia.
3 “Al día le basta su afán” -ha sido Su consejo-. “Que no os vaya a turbar, como a los gentiles, el temor por la comida o el vestido…” olvidamos,
4 y de continuo se empeñan nuestros sentidos en la locura de los bienes mudables.
5 Mas, el corazón amante de su Pastor Bueno, habita siempre contento en Su Reposo, indiferente a los afanes insulsos de los muchos.
6 La paz es como una plácida batalla en la que convenimos triunfar cada segundo, no con la ciega ambición de quien pretende dominarlo todo en este fugaz territorio de los sentidos,
7 sino con la continua atención –sin adhesión – de la conciencia en lo mudable, sujeta imperturbable sí al Divino Hálito que nos abrasa.
8 Y quién atento está, con cada inspiración de su cuerpo, al perfumado soplo de vida que el Hacedor insufló sobre el polvo de Adán, será capaz también de sostenerse en pie sobre las aguas de la vida;
9 porque en la fe hay reverencia y admiración por lo percibido y aprehendido; pero, por sobre todo, hay un continuo recordar del alma por su anhelo santificante.
10 Allí se encuentra la descansada vida que anima a los amigos de Dios, la esperanza perfecta de los moradores en el Espíritu.
11 Ahora bien, la prueba es, a menudo, la forma en que este mundo indaga por si preferimos sus apetencias a los méritos del alma;
12 una vida sin la amorosa esperanza en su Creador es como un árido sendero horizontal donde confluyen toda clase de ídolos:
13 las riquezas y los méritos, los odios y los rencores, el desvelo por las apariencias, las ostentaciones de cualquier tipo…todas parecen interponerse y batallar, sin descanso, unos sobre otros;
14 pero tales aparentes batallas no son sino una sola y encarnizada lucha contra el Único Señor a quien todos los nobles empeños son debidos.
15 Quien cultiva, con amor, la paz del corazón frente a las cosas del mundo, y en tan alegre circunstancia se confiere por completo a Su Señor, es llamado admirable:
16 no podrán en contra suya ni los huracanes más cruentos ni las fatigosas tormentas de la vida;
17 para aquel ni aún la propia muerte es ya temida: pues en ella se alegra el amante de reencontrar a su Amado tras una lúgubre jornada por los feudos del destierro.
18 El necio vive, en cambio, en endémico terror de todo cuanto le rodea, pues al vivir en distracción comprende que jamás su seguridad ha de ser completa;
19 y quien se aferra a lo imaginario habrá de llorar más tarde sobre la inmensa nada que acumulaba a toda prisa.
20 Por esto, espíritu obediente, fortifica tú la inquebrantable torre de la atención pacífica, el muro de la plegaria continua, el bastión de la alegría en caridad,
21 porque el día ni la hora conoces; y si velaste amante al Amado en el Amor, no será en tu corazón sino la dicha.
2 Pues la prisa es, tantas veces, el olvido flagrante para con el Amor que Dios en cada cosa nos prodiga; desmayados parecemos a las caricias de Su apacible mano; nos tornamos indiferentes a los favores de Su inmarcesible Gracia.
3 “Al día le basta su afán” -ha sido Su consejo-. “Que no os vaya a turbar, como a los gentiles, el temor por la comida o el vestido…” olvidamos,
4 y de continuo se empeñan nuestros sentidos en la locura de los bienes mudables.
5 Mas, el corazón amante de su Pastor Bueno, habita siempre contento en Su Reposo, indiferente a los afanes insulsos de los muchos.
6 La paz es como una plácida batalla en la que convenimos triunfar cada segundo, no con la ciega ambición de quien pretende dominarlo todo en este fugaz territorio de los sentidos,
7 sino con la continua atención –sin adhesión – de la conciencia en lo mudable, sujeta imperturbable sí al Divino Hálito que nos abrasa.
8 Y quién atento está, con cada inspiración de su cuerpo, al perfumado soplo de vida que el Hacedor insufló sobre el polvo de Adán, será capaz también de sostenerse en pie sobre las aguas de la vida;
9 porque en la fe hay reverencia y admiración por lo percibido y aprehendido; pero, por sobre todo, hay un continuo recordar del alma por su anhelo santificante.
10 Allí se encuentra la descansada vida que anima a los amigos de Dios, la esperanza perfecta de los moradores en el Espíritu.
11 Ahora bien, la prueba es, a menudo, la forma en que este mundo indaga por si preferimos sus apetencias a los méritos del alma;
12 una vida sin la amorosa esperanza en su Creador es como un árido sendero horizontal donde confluyen toda clase de ídolos:
13 las riquezas y los méritos, los odios y los rencores, el desvelo por las apariencias, las ostentaciones de cualquier tipo…todas parecen interponerse y batallar, sin descanso, unos sobre otros;
14 pero tales aparentes batallas no son sino una sola y encarnizada lucha contra el Único Señor a quien todos los nobles empeños son debidos.
15 Quien cultiva, con amor, la paz del corazón frente a las cosas del mundo, y en tan alegre circunstancia se confiere por completo a Su Señor, es llamado admirable:
16 no podrán en contra suya ni los huracanes más cruentos ni las fatigosas tormentas de la vida;
17 para aquel ni aún la propia muerte es ya temida: pues en ella se alegra el amante de reencontrar a su Amado tras una lúgubre jornada por los feudos del destierro.
18 El necio vive, en cambio, en endémico terror de todo cuanto le rodea, pues al vivir en distracción comprende que jamás su seguridad ha de ser completa;
19 y quien se aferra a lo imaginario habrá de llorar más tarde sobre la inmensa nada que acumulaba a toda prisa.
20 Por esto, espíritu obediente, fortifica tú la inquebrantable torre de la atención pacífica, el muro de la plegaria continua, el bastión de la alegría en caridad,
21 porque el día ni la hora conoces; y si velaste amante al Amado en el Amor, no será en tu corazón sino la dicha.
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