miércoles

Incompatibilidades fundamentales entre la Buena Nueva con la “Nueva Era” : II


La frontera negada del pecado

Por lo general los adeptos a las doctrinas de la “New Age” consideran el concepto de pecado como una especie de “tabú”, negándolo casi unánimemente o relativizándolo hasta desfigurarlo por completo (Afirmando generalmente que el único problema de la humanidad es la “conciencia metafísica limitada”).
El pecado es un acto u omisión voluntaria en materia ilícita, su origen unánime es el egoísmo, la concupiscencia, traducido en la prosecución desatentada de los bienes sensibles y temporales. Es natural entonces que las doctrinas New Age aborrezcan a muerte en sentido del pecado, por cuanto la raíz misma de su empeño de espiritualismo superficial no es otro que el egoísmo. En efecto, la New Age basa su felicidad en pedir y pedir al ídolo denominado “abundancia infinita”.
Si el pecado significa un rechazo radical del amor de Dios, el "dios-energía-difusa" de los adeptos New Age ni siquiera tiene corazón y, por lo tanto, carece de auténtica capacidad de amar. Si Dios no ama, entonces no podemos rechazar su amor. De esta manera, el concepto panteísta de Dios socava la base más original del cristianismo: que Dios es amor.
La filosofía New Age afirma que en el instante que el hombre descubre que “es dios” se vuelve omnipotente, que si es capaz de enfocarse en el “Todo-Uno” es capaz de trascender todo concepto de pecado, toda limitación, toda debilidad. Esto nos recuerda ciertamente demasiado al origen de los demonios, los cuales fueron arrojados al abismo precisamente por pretender ser iguales a Dios. ¿La tentación fundamental acaso no es “seréis como dioses”?
En lugar de pecado, estos prosélitos se afilian mas bien al concepto oriental de “karma”, la deuda provocada por los actos buenos o malos de esta o de pasadas existencias. La “caridad” de estos prosélitos entonces, se impulsa por una necesidad de “lavar” o bien “borrar” dicho karma. Pero, si bien el cristianismo reconoce el valor purificador de la caridad, difiere radicalmente de la New Age en el elemento substancial que anima el ejercicio de dicha caridad: las actividades filantrópicas de los partidarios del New Age no se inspiran casi nunca en mérito de una verdadera fe, sino mas bien se intuye en sus actos una suerte de “codicia de salvación” autosuficiente (y, por tanto, una concupiscencia revestida carácter pseudo-espiritual).
En ese creer que "yo mismo puedo salvarme" se rechaza por completo el sacramento bautismal que nos libera del pecado original (lo que vendría a ser en ellos el “karma”, precisamente) y que nos integra a la Iglesia sin la cual no hay salvación posible.
La purificación, en cuanto Gracia de Dios conquistada con el precio de la cruz, es rechazada también de plano por la Nueva Era. No hay en ellos una mediación redentora de Cristo y, por lo tanto, no hay en ellos fe (salvo la “fe” que depositan en ellos mismos, o mejor dicho, en su ego). ¿No esto una soberbia en grado superlativo?

La fe es adhesión a Dios y a las verdades reveladas. Los cristianos consideramos que la salvación es recibida mediante la fe. La caridad es precisamente el primer fruto de la fe. Podríamos incluso decir que la fe sin amor no existe (St 2, 26). Del mismo modo el amor sin la fe es pura filantropía interesada. No es el gesto de gratuidad que Jesús colocó como centro de toda ley. No existe amor sin fe. La filantropía New Age es simplemente ostentación hueca e interesada, una forma melindrosa de fariseísmo.
Cuando el cristiano en cambio, siente en su conciencia el peso del pecado, le corresponde en mérito a la humildad y no a la soberbia del perfeccionamiento compulsivo, mortificar ese pecado por medio de la penitencia y el remordimiento de consciencia ( S.T. LXXXVII, 1). Asimismo, Jesucristo ha instaurado, en beneficio de su Iglesia el Sacramento de la Reconciliación: “A los que perdonareis los pecados, les serán perdonados y a los que se los retuviereis, les serán retenidos” (Jn 20, 23; cfr. Mt 26, 18; 28, 18). Para su eficacia, la confesión precisa de tres momentos: la contrición, la confesión y la satisfacción.
El Concilio de Trento defina a la contrición como “el dolor espiritual y arrepentimiento genuino por los pecados cometidos, con la voluntad de no volver a caer en ellos”. Allí el arrepentimiento no es ya ese remordimiento que provoca desesperación (y que parece animar muchas veces esa compulsiva búsqueda de limpieza kármica de algunos adeptos New Age). El arrepentimiento supone un Amor al que se tiene consciencia de haber traicionado, de haber engañado al Ser Amado. Es una auténtica comunión. Es Dios quien nos invita en su amor a ese arrepentimiento, pero nos deja a nuestra voluntad la decisión final de proceder al arrepentimiento o no.
Como se ve la senda del cristiano es la del amor, la del afecto filial y humilde ante Dios para lavarse de su pecado; no es la ambiciosa y grotesca persecución de filantropía ni de un faquirismo netamente físico o mental, autosuficiente y frio, ni mucho menos la pose de pietismo y virtud que anima la anodina “espiritualidad” en la New Age.

4. La tentación de encontrar una fórmula redentora en los experimentos
La Nuera Era hace propia también la doctrina de origen védico de la metempsicosis, transmigración de almas o reencarnación. Pero, de todas las fórmulas posibles que esta creencia posee, asume exactamente la más cómoda: “todo ser se autopurifica por medio de sucesivas encarnaciones”. Vale decir, que tarde o temprano la unanimidad de seres creados han de ser liberados, no importando el mérito o empeño que cada quien ejerza en pos de su santificación; a los sumo –sostienen- algunos se liberarán antes y otros después.
Con el fin de acelerar la purificación de ese karma, los adeptos New Age suelen ejercer obras de carácter filantrópico o pseudo-ecológicas (como el uso de dietas veganas, por ejemplo); pero cuando incluso aquello resulta muy pesado, algunos hábiles “gurús” hechos al gusto del cleinte sugieren hacer “visualizaciones o afirmaciones de liberación y prosperidad” para alcanzar la redención con mayor prontitud y menos denuedo. Es decir, la llegada triunfal del delivery y del “take it easy” a los asuntos del alma.
La cómoda esperanza de una salvación que vendrá “mecánicamente del cielo” tras sucesivas encarnaciones es un dogma pernicioso que no corresponde ni siquiera con los fundamentos del budismo (que sostienen mas bien un tipo de rueda-purgatorio atávica llamada “Samsara”). Culpa de la propagación de semejante embuste espiritual la han tenido mas bien los difusores rosacrucistas y los adeptos teosóficos.

Para el cristiano, en cambio, la redención es alcanzada al hombre solo el mérito del sacrificio de Cristo en la cruz. Sin Cristo no hay salvación posible:
“Yo soy el camino.” (S. Juan 14, 6).
“Yo soy la puerta: el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.” (S. Juan 10, 9)
“Y sabéis a dónde voy yo; y sabéis el camino. Dícele Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas: ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por mi”. (S. Juan 14, 4-6).
Afirmar que todos se purifican por acción mecánica de la “reencarnación ascendente” es un flagrante delito contra el alma. La purificación es mas bien un fruto de la fe, el cual es concedido por una Misericordia Divina.
La doctrina evangélica, del mismo modo, es tajante al afirmar que
“no todos llegan a alcanzar el Reino de los Cielos”:
“Entrad por la puerta estrecha: porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan”. (Mt 7, 13- 14).
La creencia errada de los adeptos New Age de que hay una salvación unánime y de fácil acceso se opone absolutamente no solo a los principios del cristianismo, sino incluso a los cimientos de los grandes sistemas religiosos (no hablamos de las sectas) de todo el mundo. Semejante convicción es, en gran medida, culpable de la trivialidad con el que el asunto de la salvación y de la santidad es tomado entre ellos, a veces como un aspecto subsidiario de otra clase de “beneficios” que parecen mas ligados al confort de la carne que a las aspiraciones del alma: la paz interior entendida como la comodidad con y para el mundo, la prosperidad es siempre económica (sino “no es equilibrada”), se ambiciona un cierto prestigio que surge de la sensación de autosuficiencia, la obsesión por la salud se torna pretexto para una idolatría por la belleza física de acuerdo a patrones preconcebidos; etc.
Semejantes proclamas lucen chabacanas frente al ejemplo de nuestros santos: la paz interior no siempre va acompañada de la comodidad de este mundo, puesto que “Ninguno que poniendo su mano al arado mira atrás, es apto para el Reino de Dios” (Lc 9, 62); la dependencia por prosperidad material no solo no es fundamental sino que es incluso un óbice como nos recuerdo el episodio evangélico del joven rico y la amonestación del apocalipsis de Juan: “Porque tú dices: Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa; y no conoces que tú eres un cuitado y miserable y pobre y ciego y desnudo; yo te amonesto que de mí compres oro afinado en fuego, para que seas hecho rico, y de vestiduras blancas seas vestido, para que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.” (Ap 3,18). Del mismo modo la salud y belleza esenciales son las del alma, no necesitan de un marketing físico para ser aceptadas por la masa. El sendero del santo cristiano no necesita de un “equilibrio” entre su decisión espiritual y una recompensa de tipo material inmediata, su amor infinito por Dios le basta y en ella está contenida toda su esperanza. Es un amor perfecto sin chantaje ni soborno: “No os congojéis por vuestra vida, qué habéis de comer, o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir: ¿no es la vida más que el alimento, y el cuerpo que el vestido?”(Mt 6, 25). Al cristiano le importa poco la sed de poder (aunque sea de tipo pseudo-espiritual) de la New Age, no codicia facultades paranormales ni comodidad de ningún tipo que no se base en el amor y en el servicio:
“Sabéis que los príncipes de los Gentiles se enseñorean sobre ellos, y los que son grandes ejercen sobre ellos potestad. Mas entre vosotros no será así; sino el que quisiere entre vosotros hacerse grande, será vuestro servidor.” (Mt 20, 25-26).
De otro lado, si la salvación fuera asequible y fácil para todo el mundo quedarían sin sentido todas las advertencias Crísticas de empeñarse por “tomar el camino estrecho”. Quien considera que en alguna futura reencarnación alcanzará la gloria es fácil presa de la pereza espiritual y la permanente postergación de su santidad. Nada mas opuesto al encargo evangélico “Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora en que el Hijo del hombre ha de venir.” (Mt 25,13).
El camino del cristiano, del buen cristiano, es de una permanente alerta, a veces de batalla, de empeño sin descanso por la santidad, no puede permitirse los hondos relajos que atiza la New Age: “Estén ceñidos vuestros lomos y vuestras antorchas encendidas. Bienaventurados aquellos siervos, a los cuales cuando el Señor viniere, hallare velando: de cierto os digo, que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y pasando les servirá. Y aunque venga a la segunda vigilia, y aunque venga a la tercera vigilia, y los hallare así, bienaventurados son tales siervos. Esto empero sabed, que si supiese el padre de familia a qué hora había de venir el ladrón, velaría ciertamente, y no dejaría minar su casa. Vosotros pues también, estad apercibidos; porque a la hora que no pensáis, el Hijo del hombre vendrá.” (Lc 12, 35-40).
De modo que, para el cristiano, se queda sin argumentos la facilista fórmula de purificación unánime que sostiene la New Age. El cristiano solo tiene una oportunidad y es “aquí y ahora”.
El cristiano se hace heredero de ese tesoro de salvación por medio de la adhesión a Cristo en el Bautismo. Algunos, en mérito del Amor Divino –nunca por un personal empeño de carácter egotico- alcanzan la santidad, que no es sino la comunicación que el mismo Dios les hace de Su Pureza y Su Poder.
El empeño vanidoso de liberación en la New Age podría en el mejor de los casos ser heroísmo, puesto que pretende encontrar en sí mismo la fuente de su poder. Pero este no el uso de los santos. El santo hace solo la Voluntad de Dios. Su fuerza es la fuerza de Dios. Por eso la liturgia no dice “los santos son admirables”, sino mas bien “Dios es admirable en sus santos”, Mirabilis Deus in sanctis suis.
La misma distancia que hay entre el orgullo y la humildad es la que separa el afán de redención New Age de la sed de Cristo del creyente.
El New Age se resiste, por esto, a la idea de la condenación eterna. Les provoca urticaria el pasaje bíblico: “Quien cree en el Hijo posee la vida ETERNA, mas el que niega su fe al Hijo no gozará de esa vida, antes la ira de Dios pesa sobre él” Afirman ¿cómo es posible que un Dios deje consumir en desgracia eterna a sus criaturas?
No son capaces de comprender que lo verdaderamente inconcebible es pensar en una religión en la que un Dios sea capaz de salvar a todo hombre despreciando la libertad de este. Tal amor no sería nunca serio.
Rechazar la idea de la condenación eterna, implica creer que si en algún momento renunciamos a Dios voluntariamente, esto es algo que no solo no tiene mayor consecuencia, sino incluso un premio. Pero si existiese un Dios al que se pudiera renunciar sin comprometerlo todo no sería en modo alguno Dios. Por lo tanto, el Dios de la New Age es una quimera de marketing donde “el cliente siempre tiene la razón”.

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