martes

Reina de las Nieves

Desde donde escribo, la permanente llovizna no cesa de enjuagar, a través de incontables ramblas, los caminos que nos conducen a todas partes.
Una lluvia persistente ha caído, también, sobre Lima en las últimas horas, en lo que no parece ser sino el anuncio inevitable de ese apocalipsis climático que algunos científicos pregonan para los próximos cincuenta años.
Pero es adviento: La desesperanza cotidiana que nos meten, a patadas por entre los ojos, esos emperifollados señores que leen el teleprompter en los noticiarios y el hastío de los semblantes por la calle no nos pueden hacer perder de vista la esperanza del salmista que pregona:
“Universi qui te exspectant, non confundentur. Domine, notas fac mihi, et sémitas tuas edoce me”.
Algunas veces, entre la congestión vehicular, el silbato de la policía, el ruido de la ambulancia y los cascabeles de los centros comerciales me ha parecido oír al salmista cantando aquello. Para desvanecerse, acto seguido, en el murmullo de los deseos de la muchedumbre que- como bien dice Manolo García-
“son palomas mensajeras que se pierden sobre las antenas de la ciudad y no vuelven jamás”.
La triste y robusta superficialidad del mundo tienta al creyente con sus embelecos. El mismo y promocionado “ambiente festivo de la temporada navideña” no es más que un cuento de Andersen secuestrado por los Soprano para transformarlo en un “
secreto del carajo”. Y allí se ve: exhibiéndose en las vitrinas, con la dudosa promesa de que es posible transformar a los changos en mariposas, siempre que los changos se afilien a tal tarjetita de crédito; o que cualquier estropajo etiquetado, embalado y con cinta verde en la caja puede conmutar a cualquier Chimoltrufia mental en Vicky Beckham (que por cierto es eso mismo, pero acicalada) en cómodas cuotas mensuales.
Y el apoteósico final es
un fantasma –que no es el de Marx- recorriendo el mundo con una gorra granate y tirando de un trineo, congelando los corazones del pobre mundo doliente, ebrio y ya sin fe.
Con todo, es bueno que la navidad llegue hasta nosotros con ventarrones fríos, bardas de tonalidades
gandalfianas y lágrimas congeladas sobre la piel. Hasta José Carlos Mariátegui, que fue nuestro “fraticelli” sobre ruedas, añoraba las bondades de un clima nórdico que fuera capaz de santificar las navidades costeñas. Porque, quien la haya sufrido, sabe muy bien que la navidad en Lima es una versión bananera de la peregrinación a la Meca o la mismísima temporada en el infierno de Rimbaud, pero con música de “Los Toribianitos”.
Nada como el frío estepario para despertar en el espíritu la añoranza del sol en nuestros valles. Metáfora sublime del tiempo que nos recrea los inviernos y las noches del alma que en silencio se encaminan a la luz del rosicler para clamar jubilosos
“Alleluia, alleluia. Ostende nobis, Dómine, misericórdiam tuam; et salutare tuum da nobis. Alleluia”
Así, Cristo, que es la Luz del Mundo y la Salud de los enfermos; por infinita misericordia divina, se encarna entre nosotros para hacernos partícipes de su resplandor.
Y que Santa Claus –la misma
Reina de las Nieves reencarnada- se vaya con sus cachivaches de la escuela de Chicago a otra parte.

1 comentario:

Raul Montoya dijo...

Como diría Eielson:
El invierno enjoya al hombre tristemente,
El invierno lava tumbas de monarcas
Y mendigos, y corona el áureo y viejo otoño
Con un rayo de ceniza en la cabeza. Respetad
Al invierno, la antigüedad de sus plantas,
Su cetro de rocío en la espesura; respetad
Los rostros eternos de los árboles y el viento
En su dominio, cuando cesa todo en torno.