De todos los que pasan por allí tal vez sea la mención de Marx la que mas revuelo ha generado entre los aficionados a los brillantes razonamientos de Su Santid
Leemos así:
20.“Con precisión puntual, aunque de modo unilateral y parcial, Marx ha descrito la situación de su tiempo y ha ilustrado con gran capacidad analítica los cambios hacia la revolución, y no sólo teóricamente: con el partido comunista, nacido del manifiesto de 1848, dio inicio también concretamente a la revolución. Su promesa, gracias a la agudeza de sus análisis y a la clara indicación de los instrumentos para el cambio radical, fascinó y fascina todavía de nuevo. Después, la revolución se implantó también de manera más radical en Rusia”
Pero es enfático en afirmar:
21. Pero con su victoria se puso de manifiesto también el error fundamental de Marx. Él indicó con exactitud cómo lograr el cambio total de la situación. Pero no nos dijo cómo se debería proceder después. Suponía simplemente que, con la expropiación de la clase dominante, con la caída del poder político y con la socialización de los medios de producción, se establecería la Nueva Jerusalén. En efecto, entonces se anularían todas las contradicciones, por fin el hombre y el mundo habrían visto claramente en sí mismos. Entonces todo podría proceder por sí mismo por el recto camino, porque todo pertenecería a todos y todos querrían lo mejor unos para otros. Así, tras el éxito de la revolución, Lenin pudo percatarse de que en los escritos del maestro no había ninguna indicación sobre cómo proceder. Había hablado ciertamente de la fase intermedia de la dictadura del proletariado como de una necesidad que, sin embargo, en un segundo momento se habría demostrado caduca por sí misma. Esta « fase intermedia » la conocemos muy bien y también sabemos cuál ha sido su desarrollo posterior: en lugar de alumbrar un mundo sano, ha dejado tras de sí una destrucción desoladora. El error de Marx no consiste sólo en no haber ideado los ordenamientos necesarios para el nuevo mundo; en éste, en efecto, ya no habría necesidad de ellos. Que no diga nada de eso es una consecuencia lógica de su planteamiento. Su error está más al fondo. Ha olvidado que el hombre es siempre hombre. Ha olvidado al hombre y ha olvidado su libertad. Ha olvidado que la libertad es siempre libertad, incluso para el mal. Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado. Su verdadero error es el materialismo: en efecto, el hombre no es sólo el producto de condiciones económicas y no es posible curarlo sólo desde fuera, creando condiciones económicas favorables.
Como dice Francesc Torrealva, Con suma finura intelectual,(Benedicto XVI) no cae en la trampa de criticar a Marx por sus consecuencias históricas, pues siempre se podría argüir que los sistemas totalitarios que derivaron de él fueron, de hecho, una adulteración o peor todavía una instrumentalización de la filosofía de Marx. Y en parte, se debe reconocer, que así fue...La crítica va a la entraña de su pensamiento, al nivel más antropológico. "El ser humano no se puede reducir a un simple conglomerado de determinaciones sociales y económicas y, menos aún, a pura materia en movimiento. En él subsiste una semilla de eternidad que nada puede colmar en este mundo."
El estudio de Benedicto XVI nos permite a su vez, profundizar en otro concepto manejado desde la lógica marxista y que ha devenido en sinónimo del valor cristiano por antonomasia (al menos en el católico y post-gnóstico) que es el de la solidaridad. Un buen análisis del mismo ha sido desarrollado por Jorge Enrique Mujica:
El concepto de solidaridad fue desarrollado inicialmente por P. Lerou en el ámbito del socialismo originario. Fue concebido como un concepto laico opuesto a la idea cristiana del amor. En ese contexto, la solidaridad fue pensada como una nueva respuesta, efectiva y racional, a los problemas sociales.
Karl Marx creyó que había llegado el momento de dar una solución práctica a la pobreza en el mundo. Según él, el cristianismo había tenido milenio y medio para mostrar su eficacia, y no la había logrado. Era hora de recorrer otros caminos.
Así, el socialismo se presentó como solidaridad, como una forma del todo original y a-religiosa por la que la igualdad entre todos los hombres, la paz y el final de la pobreza, serían logradas. ¿Sucedió efectivamente así? Hoy conocemos la tristeza y la desolación que una teoría sin Dios y una praxis atea dejaron en los países que abrazaron o a los que se les impuso el socialismo.
¿Qué falló? ¿Efectivamente el cristianismo había sucumbido y se había mostrado ineficaz? No cabe duda que la intención socialista plasmada en el concepto de solidaridad era del todo justa. Sin embargo, carecía de una base y de una visión más amplia del hombre mismo. Marx “indicó cómo lograr el cambio total de la situación. Pero no nos dijo cómo se debería proceder después. Suponía […] que […] con la socialización de los medios de producción, se establecería la Nueva Jerusalén. En efecto, por fin el hombre y el mundo habrían visto claramente en sí mismos. Entonces todo podría proceder por sí mismo por el recto camino, porque todo pertenecería a todos y todos querrían lo mejor unos para otros” (Benedicto XVI, Spe Salvi n. 21).
El error del marxismo estribó en el olvido de que “el hombre es siempre hombre. Ha olvidado al hombre y ha olvidado su libertad. Ha olvidado que la libertad es siempre libertad, incluso para el mal. Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado. Su verdadero error es el materialismo” (Benedicto XVI, Spe Salvi n. 21)
Esa base que le faltaba al concepto de solidaridad estaba ya en la idea cristiana de amor. Fue precisamente por este motivo que la solidaridad pudo ser acogida dentro del catolicismo y mostrarse como una consecuencia de esa caridad que es médula de toda la fe cristiana. Fue así que la solidaridad fue bautizada.
El amor o caridad cristiana, más que ineficacia, había puesto de manifiesto la necesidad y urgencia de ser comprendida correctamente y asumir con responsabilidad sus implicaciones. La caridad ya llevaba implícito el efecto de “dar” sobre el que giraba la solidaridad. Pero el “dar” cristiano de la caridad no se vinculaba exclusivamente al aspecto material, lo comprendía pero partía y tendía a otro más necesario y de acuerdo a la naturaleza del hombre, el espiritual.
Desde el momento en que la solidaridad entró a formar parte del patrimonio cristiano, su significación se enriqueció al ampliarse. Ahora, “solidaridad significa que uno se hace responsable de los otros, el sano del enfermo, el rico del pobre, los países del norte de los países del sur. Significa que se es consciente de la responsabilidad mutua y que somos conscientes de que recibimos en tanto que damos, y que siempre podemos dar sólo lo que nos ha sido dado y que por eso jamás nos pertenecemos solamente a nosotros” (en J. Ratzinger, Caminos de Jesucristo, Cristiandad, p. 117).
La solidaridad cristiana es mucho más que un dar materialista pero tampoco permanece en un acompañar pasivo sin hechos concretos que influyan positivamente en alguien, de acuerdo a su dignidad de ser humano. La solidaridad cristiana es acción porque parte de la contemplación; es palabra pero también es obra. Es compañía, es presencia, pero también es consecuencia hecha acción que repercute para bien.
La Eucaristía es el testimonio más grande de solidaridad. Como consecuencia del amor, en ella se encuentran al unísono el “dar” espiritual y material del único Dios que se hace presencia y se da como alimento. La Eucaristía es el acto más grande de solidaridad. No podía ser de otra manera: es Dios mismo quien acompaña y sacia.
El cristiano, como imagen y semejanza de Dios, está llamado a vivir esa solidaridad. Es obvio que no podrá imitarse la actitud divina mientras no hayamos interiorizado previamente el ejemplo de ese Dios que se hace solidaridad en la Eucaristía. La meditación de su entrega generosa será la fuente y el motor que nos lleven a asumir este compromiso y, precisamente así, podremos vivir auténticamente la caridad-solidaridad cristiana respecto a nuestros prójimos y a nuestros próximos.
1 comentario:
Lo bueno de Marx es la observación que tiene de la situación, es decir el planteamiento del problema.
Lastimosamente Su análisis estuvo orientado al logro de realidades temporales y finitas, que por su naturaleza son efímeras.
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