La noche en la que sepulté a mi hijo era luminosa como la túnica del Señor de las tormentas. Confieso que no tuve miedo ni rencor. Se que habitará más feliz en ese Reino de los Patriarcas que ya se extingue.
Pensé, si, como los abuelos, que oficiaba un sacrificio, una ofrenda votiva,
una retribución ritual. Pero, como bien sabemos, el tiempo de aquellas cosas ha pasado. Ya no podremos transformar aquel decreto que la historia ha deparado para nosotros. Todo milagro será ya subsidiario de esta realidad nueva que es, ante todo, irreversible. Y he temido mucho también, durante estos días, que de esta prisión ya no saldremos jamás.
El otro día, por ejemplo, nuestro hermano Ñahuincopa, agobiado al final de un día que la fatiga y el tormento habían signado, conjuró al Espíritu de la vertiente a fin de saciar su sed; extraviado estaba entonces Ñahuincopa, como todos, entre los declives montañosos. Pero no acudió a su impetración el Espíritu conjurado, sino la mismísima y bienaventurada Virgen María en su advocación de la “stella matutina”; y ésta le dijo además “¿maitam aihuayanqui?”(1), al advertir que Ñahuincopa huía despavorido de su presencia.
¿Somos un contenido al que han cambiado de recipiente? Eso presentí la primera vez en que decidí arrojar e inquirir a las hojas de coca, luego de todo esto; y estas me respondieron no en la lengua de nuestros padres, sino en un castellano que era aún ilegible. Con el tiempo su nueva lengua se hizo fluida, y con ella me narró historias del pasado y del futuro que aún yo no sabía; pero también me iluminó con nuevos verbos, con inimaginables sustantivos y adjetivos maravillosos. Con todo, todavía me pregunto si en aquella lengua habrá alguna forma de decir “pachahuayaraptum tutaparun” (2), así como digo hoy de mi hijo muero, sin que en la traducción se varíe substancialmente mis sentimientos hechos palabras, algo que transforme radicalmente el sentido de los mensajes y se diga algo completamente distinto, algo como la descripción de un universo otro, donde el penetrar hacia la oscuridad sea el amanecer y en donde la noche sea clara como la hora en la que mi hijo fue inhumado. Y tal vez ese universo ya existe en la medida que lo estoy nombrando. O, mejor aún, que existe un nuevo castellano en las hojas de coca, y otro muy distinto en las palabras que os digo no sin culpa. Y cada uno de esos idiomas, cada uno de esos universos es también una ergástula. Una cárcel donde el Espíritu de la vertiente y la Santa Virgen María pueden ser manumisores o celadores dependiendo de las circunstancias de cada Reino; pudiendo, en una de esas alternativas, ser las dos cosas al mismo tiempo. Y tal vez ocurra también que, a medida que imaginamos y enunciamos, creamos nuevas habitaciones en esa penitenciaría inabarcable, como en una fortaleza cuya finalidad es inversa a lo natural: no nos protege de los agobios de la batalla, sino que nos encierra en ella, con murallas concéntricas, y cada cual más afanosa que la anterior.
¿No me comprendéis? Mirad: aquello que se mueve ¿es la cola de un zorro o un “turumanya tchupaca?”(3) o simplemente una “curva delatora del absurdo”, u ocurre sencillamente que allí “no tenemos NADA” o, mejor aún, que cada quién está viendo en esa cola de zorro una cosa muy distinta, algo acomodado a sus propias creencias y conceptos; de manera que mientras a algunos puede mover a risa, a
otros produce temor y asco.
Pues esto que os digo ya lo creía Toparpa, el amauta de la Laguna Colorada, para el que “cada quién habita en el reino que se inventa”.Porque sospecho, hermanos míos, que no es la palabra que de nuestras bocas escapa, ni la piel que nos protege del frío, ni el reino que habitamos –o que creemos habitar- lo que verdaderamente importa.
Os contaré algo: cuando era el niño conocí a Ccori Rumi, el cacique que antes tuvo otro nombre; es decir, antes de trascender los Cuatro Reinos, la Gran Laguna y el Sol Primero; antes digo de conocer el Hanan Pacha como bien os han narrado. Pues bien, un día Ccori Rumi apareció entre nosotros luego de estarse trenta y uno días en el Reino de los Cielos.
-¿Imanuylata Hanan pachachu huacrobacaramurai? (4)- le preguntó la gente
-¿Hanan pachachu?- respondió sorprendido- ¡pero si con las justas he conocido el Kai Pacha!
-¡Eso no es posible!- replicaron todos- ¡”Éste” es el “kai” pacha!, y a nosotros nos consta que usted ha estado estos treinta y uno días más alto que todos nosotros.
Entonces Ccori se rió como un infante y dijo: “¿Es que todavía no saben que “éste” es el Uku Pacha?
Aquello, entonces, me pareció demasiado extravagante como puede parecerlo a alguno de vosotros, hermanos. Pero las hojas de coca me han dicho lo mismo últimamente y, más aún, me ha sorprendido con nuevas aseveraciones: ¿¡Y si Ccori Ñahui solo conoció el Uku Pacha?!
Y puede parecer esto que os acabo de decir aún más extravagante que lo anterior, pero trataré de explicároslo del mismo modo que lo hizo la sagrada coca conmigo: ocurre que el “tres” contiene muchos otros “tres” en su interior, del mismo modo que en los cuatro lados de la Tierra están contenidos también infinitud de cuatro lares. Por esto, un Hanan Pacha contiene su propio Uku Pacha y su propio Hanan Pacha., hasta el infinito; o mejor dicho, hasta el transfinito. Por esto, nadie que sea esclavo de su lengua, de su imagen o de su Reino puede decir a ciencia cierta donde mora, porque el estar es una condición que muda de uno a otro lado constantemente.
Nosotros mismos “aquí y ahora”, estamos en muchos pachas al mismo tiempo…y ocurre que no siempre nos encontramos...
Muchas veces tuve el recuerdo de las palabras de Ccori Rumi; muchas veces, también,
los signos de la hoja de coca frente a mis ojos. Pero solamente pude recordar y ver con claridad desde la noche en que sepulté a mi hijo. Y seguramente aquello esta bien. Porque los hijos de Ccori Rumi, incapaces de adorar la Verdad que su padre había encontrado transitando hacia sí mismo, se consolaron con la peor de las vulgaridades: adorar a su padre; es decir, a la apariencia, al vehículo. Y tal como lo supuso Toparpa, cada hijo tenía una apariencia de Ccori Ñahui muy diferente a la de todos sus hermanos. Y tal vez aún el Ccori Ñahui que he descubierto no es sino otra figura para vosotros.
Pero me consuela saber que yo no sufriré el oprobio de sufrió Ccori Ñahui: mi único hijo ha muerto, y lo sepulté en una noche maravillosa.
A cambio de eso conocí la Verdad; es decir, Mi Verdad.
(1) ¿A dónde vas?
(2) Se le anocheció el día
(3) Forma de arco iris
(4) ¿Cómo le ha ido en su travesía por el Reino Celestial?
Pensé, si, como los abuelos, que oficiaba un sacrificio, una ofrenda votiva,

El otro día, por ejemplo, nuestro hermano Ñahuincopa, agobiado al final de un día que la fatiga y el tormento habían signado, conjuró al Espíritu de la vertiente a fin de saciar su sed; extraviado estaba entonces Ñahuincopa, como todos, entre los declives montañosos. Pero no acudió a su impetración el Espíritu conjurado, sino la mismísima y bienaventurada Virgen María en su advocación de la “stella matutina”; y ésta le dijo además “¿maitam aihuayanqui?”(1), al advertir que Ñahuincopa huía despavorido de su presencia.
¿Somos un contenido al que han cambiado de recipiente? Eso presentí la primera vez en que decidí arrojar e inquirir a las hojas de coca, luego de todo esto; y estas me respondieron no en la lengua de nuestros padres, sino en un castellano que era aún ilegible. Con el tiempo su nueva lengua se hizo fluida, y con ella me narró historias del pasado y del futuro que aún yo no sabía; pero también me iluminó con nuevos verbos, con inimaginables sustantivos y adjetivos maravillosos. Con todo, todavía me pregunto si en aquella lengua habrá alguna forma de decir “pachahuayaraptum tutaparun” (2), así como digo hoy de mi hijo muero, sin que en la traducción se varíe substancialmente mis sentimientos hechos palabras, algo que transforme radicalmente el sentido de los mensajes y se diga algo completamente distinto, algo como la descripción de un universo otro, donde el penetrar hacia la oscuridad sea el amanecer y en donde la noche sea clara como la hora en la que mi hijo fue inhumado. Y tal vez ese universo ya existe en la medida que lo estoy nombrando. O, mejor aún, que existe un nuevo castellano en las hojas de coca, y otro muy distinto en las palabras que os digo no sin culpa. Y cada uno de esos idiomas, cada uno de esos universos es también una ergástula. Una cárcel donde el Espíritu de la vertiente y la Santa Virgen María pueden ser manumisores o celadores dependiendo de las circunstancias de cada Reino; pudiendo, en una de esas alternativas, ser las dos cosas al mismo tiempo. Y tal vez ocurra también que, a medida que imaginamos y enunciamos, creamos nuevas habitaciones en esa penitenciaría inabarcable, como en una fortaleza cuya finalidad es inversa a lo natural: no nos protege de los agobios de la batalla, sino que nos encierra en ella, con murallas concéntricas, y cada cual más afanosa que la anterior.
¿No me comprendéis? Mirad: aquello que se mueve ¿es la cola de un zorro o un “turumanya tchupaca?”(3) o simplemente una “curva delatora del absurdo”, u ocurre sencillamente que allí “no tenemos NADA” o, mejor aún, que cada quién está viendo en esa cola de zorro una cosa muy distinta, algo acomodado a sus propias creencias y conceptos; de manera que mientras a algunos puede mover a risa, a

Pues esto que os digo ya lo creía Toparpa, el amauta de la Laguna Colorada, para el que “cada quién habita en el reino que se inventa”.Porque sospecho, hermanos míos, que no es la palabra que de nuestras bocas escapa, ni la piel que nos protege del frío, ni el reino que habitamos –o que creemos habitar- lo que verdaderamente importa.
Os contaré algo: cuando era el niño conocí a Ccori Rumi, el cacique que antes tuvo otro nombre; es decir, antes de trascender los Cuatro Reinos, la Gran Laguna y el Sol Primero; antes digo de conocer el Hanan Pacha como bien os han narrado. Pues bien, un día Ccori Rumi apareció entre nosotros luego de estarse trenta y uno días en el Reino de los Cielos.
-¿Imanuylata Hanan pachachu huacrobacaramurai? (4)- le preguntó la gente
-¿Hanan pachachu?- respondió sorprendido- ¡pero si con las justas he conocido el Kai Pacha!
-¡Eso no es posible!- replicaron todos- ¡”Éste” es el “kai” pacha!, y a nosotros nos consta que usted ha estado estos treinta y uno días más alto que todos nosotros.
Entonces Ccori se rió como un infante y dijo: “¿Es que todavía no saben que “éste” es el Uku Pacha?
Aquello, entonces, me pareció demasiado extravagante como puede parecerlo a alguno de vosotros, hermanos. Pero las hojas de coca me han dicho lo mismo últimamente y, más aún, me ha sorprendido con nuevas aseveraciones: ¿¡Y si Ccori Ñahui solo conoció el Uku Pacha?!
Y puede parecer esto que os acabo de decir aún más extravagante que lo anterior, pero trataré de explicároslo del mismo modo que lo hizo la sagrada coca conmigo: ocurre que el “tres” contiene muchos otros “tres” en su interior, del mismo modo que en los cuatro lados de la Tierra están contenidos también infinitud de cuatro lares. Por esto, un Hanan Pacha contiene su propio Uku Pacha y su propio Hanan Pacha., hasta el infinito; o mejor dicho, hasta el transfinito. Por esto, nadie que sea esclavo de su lengua, de su imagen o de su Reino puede decir a ciencia cierta donde mora, porque el estar es una condición que muda de uno a otro lado constantemente.
Nosotros mismos “aquí y ahora”, estamos en muchos pachas al mismo tiempo…y ocurre que no siempre nos encontramos...
Muchas veces tuve el recuerdo de las palabras de Ccori Rumi; muchas veces, también,

Pero me consuela saber que yo no sufriré el oprobio de sufrió Ccori Ñahui: mi único hijo ha muerto, y lo sepulté en una noche maravillosa.
A cambio de eso conocí la Verdad; es decir, Mi Verdad.
(1) ¿A dónde vas?
(2) Se le anocheció el día
(3) Forma de arco iris
(4) ¿Cómo le ha ido en su travesía por el Reino Celestial?
1 comentario:
Poner razonamientos de una cultura a otra es un recurso un poco manido, pero útil para dar brillantez a ciertas palabras que en otro contexto serían menos atrayentes.
Publicar un comentario