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La edificación del Santuario


BASES:
PRIMERA:
Monje: Eres habitante de una pequeña estrella que gira incesantemente en la anchurosa inmensidad, entre millones de millones de estrellas mayores y menores que la que tú habitas.
Tan inconmensurable universo ha ido surgiendo en diversas edades, ciclos o épocas, de la eterna energía de Dios, que encierra en sí misma tres poderes: Creador, Conservador y Renovador. Estos tres poderes forman la Santa Trinidad, alma madre de todo cuanto existe y existirá.
Es en el Supremo Hacedor, el Altísimo, el Eterno, en el que comienzan todas las cosas y en el que se refunden y terminan. Adora esta Grandeza,monje, y no adores nada más.
SEGUNDA:
Muchos seres habitan como tú esta estrella flotante que llamamos Tierra y todos estamos obligados a interesarnos por la habitación que en el concierto de los mundos nos ha sido asignada.
Y todos estamos obligados a amarnos y ayudarnos los unos a los otros espiritual y materialmente, para conseguir la felicidad, la sabiduría y el amor, que forman la perfección de todo ser.
TERCERA:
Siendo la felicidad, la sabiduría y el amor la tríada que constituye la perfección de todo ser, debes consagrarte con esmero sin igual a conseguir esta bienaventuranza. La felicidad se consigue mediante la armonía perfecta entre tú y todos los seres que de inmediato te rodean. Y la armonía es fruto de la delicadeza de pensamientos, de palabras y de acciones amén de la benevolencia del corazón.
La sabiduría se consigue con el estudio de las leyes eternas que ves rigiendo el vasto universo y con la meditación o concentración de tus facultades espirituales hacia el interior, a fin de que llegando al conocimiento de ti mismo, aniquiles tus imperfecciones y puedas así conseguir la íntima unión con el Cristo que vive en todo cuanto existe. Conseguido esto la sabiduría estará dentro de ti.
Y conseguirás el amor perfecto y divino cuando, ya purificado de tus malos hábitos, hayas aprendido a no desear, ni buscar, ni querer sino aquello que es felicidad, sabiduría y amor para todos los seres que te rodean.
Estos son, oh monje, los tres basamentos en que se sostiene el grandioso templo espiritual que quieres levantar.
LAS COLUMNAS DEL SANTUARIO:
PRIMERA:
La perseverancia. Aurora tras aurora, luna tras luna, año tras año, has de ir levantando, ¡oh monje!, tu edificio sobre estas bases, sin apresuramiento, pero con firmeza y seguridad. Si te desalientas o te cansas por ser muy poco lo que consigues elevar tu construcción cada año, es señal de que aún eres demasiado nuevo para iniciar estos trabajos.
SEGUNDA:
La obediencia a la buena nueva. Estúdiala y compréndela, que si la comprendes la amarás y, amándola, fácil te será abrazarte a ella como a una madre que te irá llevando en brazos por un camino oscuro y pedregoso.
TERCERA:
El desinterés. Ningún móvil personal ha de impulsar tus acciones, sino sólo las elevadas razones de justicia y equidad tendientes al bien de tus hermanos, antes que al tuyo propio.
CUARTA:
La conformidad con la voluntad del Altísimo. Manifestada por los acontecimientos que no fueron procurados por ti y que tú no puedes evitar ni cambiar. Esta conformidad la probarás en la serenidad con que aceptarás lo inevitable, en la carencia de deseos perturbadores de tu paz, en la dulce alegría mesurada y discreta que debes manifestar en la vida de relación con tus hermanos.
QUINTA:
Dominio de sí mismo. Tus disgustos, tus dolores, tus desazones interiores, deben ser guardados en lo más profundo de ti mismo, y muy injusto serás si obligas a soportar a los demás las intemperancias o las violencias de tu carácter, o los dolores que sólo tu propia miseria te ha causado. Y si tu dolor es debido a extrañas contingencias, compártelo con tus hermanos y serás aliviado sin causarles pesar.
SEXTA:
La benevolencia. Es el fluir del amor verdadero que inunda el espíritu y que se desborda al exterior como el agua de un vaso demasiado lleno. Si tu trato para los demás es agrio y duro, es fruto de tus rebeldías interiores que aún no has dominado.
SÉPTIMA:
La sinceridad y la confianza mutua. Cuando has decidido unirte en la vida común a tus hermanos, debes alejar de ti, como un veneno destructor, toda simulación, todo engaño, toda desconfianza, todo recelo, toda mentira. Cuando te sientes culpable de un error o equivocación o descuido grande o pequeño, tú debes ser quien lo manifieste primero, antes de que seas por ello reprendido. Y llegado este caso guárdate de negarlo, porque sería errar doblemente.
Y si en la vida de relación incurres en la bajeza y mezquindad de demostrar desconfianza en tus palabras o en tus acciones para con tus hermanos, convéncete de que aún estás muy lejos de merecer que tus hermanos depositen confianza en ti.
OCTAVA:
La abnegación. Trata de ser el primero en buscar el sacrificio y el último en buscar el galardón. Y nunca recuestes tu cabeza en el lecho sin haber hecho algo en beneficio de tus hermanos. Que te sea igualmente dulce y suave recibir servicios que prestarlos.
NOVENA:
Desprendimiento de honras y riquezas. Sabio serás si huyes estos dos grandes escollos de la vida espiritual. Al aceptar vida en común has eliminado el último, pero expuesto estás a caer en el primero si eres dado a procurar lugares sobresalientes o deseas con inquietud realizar obras que atraigan la atención de las gentes.
DÉCIMA:
La fraternidad. Si no te sientes hermano verdadero de tus hermanos, por completo desnudo de celos, de envidias y de aversiones, nunca podrás formar con ellos el ambiente de hermandad necesario para sentir dentro y fuera de ti la gracia y la fuerza del Espíritu Santo.
Estas son, ¡oh monje!, las diez columnas que sostienen el santuario que vas levantando.

De los Textos Coptos vía Hesiquia

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