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El papel del corazón X

Por: Dietrich Von Hildebrand

Considerar toda la afectividad tierna a la luz de su posible perversión es, en realidad, una manifestación de cierto antipersonalismo para el que todo lo personal es necesariamente «subjetivo» en el sentido peyorativo de este término. Para estos antipersonalistas, la mera noción de persona conlleva el carácter de una subjetividad negativa, egocéntrica y separada de lo que es «objetivo» y válido. Según ellos, cuanto más personal, consciente y comprometido con un ethos personal, cuánto más afectivo es algo, más limitado e insubstancial resulta. Y contra el reino de lo personal alzan las fuerzas de los instintos o de los asuntos económicos y políticos porque se refieren a comunidades en vez de a la persona individual.
Cometeríamos un gran error, de todos modos, si pensáramos que la oposición a la afectividad tierna se limita al «funcionalismo» o consiste exclusivamente en una reacción contra el ethos específico
del siglo XIX. Es una mentalidad que se puede encontrar en individuos de cualquier época y que se pone de manifiesto en una gran variedad de campos y tendencias culturales.
La verdadera conciencia no implica ningún tipo de introversión sino más bien una experiencia más plena y despierta. Cuanto más consciente es una alegría, tanto más se ve y se comprende su objeto en su significado pleno; más despierta y manifiesta es la respuesta y mayor es la alegría vivida. La afectividad tierna reclama este tipo de conciencia de un modo especial. La afectividad meramente energética, por su parte, no la requiere. El veneno antipersonalista de las tendencias antiafectivas se manifiesta también en una antipatía a la conciencia que refleja una rebelión contra la «autoposesión», contra el estar «despierto» y contra la «subjetividad» en el sentido de Kierkegaard. Y es que cuanto menos consciente es una respuesta afectiva, menos se despliega su verdadero carácter afectivo y menos «afectivamente» se experimenta.
Uno de los puntos más importantes en el estudio del papel del corazón y de la esfera de la afectividad tierna consiste en exponer el error de considerarles meramente «subjetivos» o en construir una oposición entre «objetividad» y «afectividad».
La verdadera afectividad implica, como hemos apuntado en diversas obras, que una actitud se adecúa a la verdadera naturaleza, tema y valor del objeto al que se refiere. Un acto de conocimiento es objetivo cuando capta la verdadera naturaleza del objeto. En este caso, objetividad equivale a adecuación, validez y verdad. Igualmente, un juicio es objetivo cuando está determinado por la materia o tema en cuestión y no por prejuicios. Y una respuesta afectiva es objetiva cuando corresponde al valor del objeto.
El hombre verdaderamente afectivo responde al bien que es la fuente y la base de su experiencia afectiva. Al amar busca al amado; en la felicidad dirige sus pensamientos a la razón por la que es feliz; al entusiasmarse se centra en el valor del bien al que se dirige su entusiasmo. La verdadera experiencia afectiva implica el convencimiento de su valor objetivo. Una experiencia afectiva que no está justificada por la realidad no resulta válida para el verdadero hombre afectivo. Tan pronto como el hombre se da cuenta de que su alegría, su felicidad, su entusiasmo o su dolor se basan sólo en una ilusión, la experiencia se desvanece. Por tanto, la pregunta fundamental no es: « ¿Me siento feliz?» sino: « ¿La situación objetiva es tal que resulta razonable ser feliz? ».
El hombre verdaderamente afectivo, el hombre con un corazón alerta es, precisamente, quien se da cuenta de que lo que importa es la situación objetiva, es decir, si hay motivos para alegrarse o sentirse feliz. Precisamente cuando se toma en serio la situación objetiva, cuando se busca conocer si la situación objetiva reclama felicidad, alegría o dolor es cuando tienen lugar las experiencias afectivas sobreabundantemente espirituales
Por el contrario, al «subjetivista» (en el sentido negativo de la palabra) sólo le preocupan sus propios sentimientos y reacciones. No le interesa la situación objetiva en cuanto tal ni su petición de respuesta. Un hombre de estas características, evidentemente, nunca será capaz de desarrollar una afectividad profunda, honda y genuina.
Aunque hay sin lugar a dudas, como ya hemos visto, subjetivismo en sentido negativo, sigue siendo verdad que uno debería desear una respuesta afectiva plena de acuerdo con la situación objetiva. La capacidad para responder de este modo es un don que, además, se experimenta como una bendición, como ocurre, por ejemplo, cuando experimentamos de modo pleno la felicidad o el amor. Por lo tanto, la experiencia subjetiva es un tema legítimo, pero un tema que nunca se puede disociar del objeto que constituye su auténtica razón de ser sin desvirtuar su carácter genuino.
Es propio de la verdadera naturaleza de las experiencias afectivas que una profunda alegría o amor, aunque cada una posee un tema propio, está penetrada por la conciencia de que nuestra alegría o nuestro amor están objetivamente justificados y es objetivamente válido. Es, por tanto, un error deplorable ver la esfera espiritual y afectiva a la luz del subjetivismo, o creer que el comportamiento frío y «razonable» o el tipo de afectividad meramente enérgica, en el que el corazón juega un papel menor, es más objetiva, Sucede más bien lo contrario, el «tullido» afectivamente hablando, al igual que el hombre que carece completamente de una verdadera afectividad, nunca es, en el fondo, verdaderamente objetivo. Al no responder con su corazón a la situación objetiva en aquellos casos en los que están en juego valores que requieren una respuesta afectiva, no es en absoluto objetivo.
Ya es hora de liberarnos de la desastrosa equiparación entre objetividad y neutralidad. Debemos liberarnos de la ilusión de que la objetividad implica una actitud de mera observación e indagación. No. La objetividad sólo se puede encontrar en aquella actitud que responde adecuadamente al objeto, a su sentido y a su atmósfera.

1 comentario:

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