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La potencial dictadura de un modelo virtuoso

El dogma de los derechos humanos elucubrados desde las inciertas fronteras del relativismo moral, en tanto dependiente del neto apetito humano (pecado original, ego, caos inminente de la mente desasida de su conciencia, etc.) es la causa por la que muchos percibimos en este sistema aparentemente perfecto de ordenar las sociedades, la fachada de un absolutismo nefasto: la dictadura del derechohumanismo con minúsculas.
Para nosotros, una auténtica estructura de los Derechos Humanos solo es posible en sujeción a la contemplación de una Verdad Absoluta, a una apetencia necesariamente ligada a la íntegra realización del hombre, no solo en su sentido estrictamente material o en cuanto elemento de la edificación del “fin supremo –vaca sagrada-” del Estado; sino, cardinalmente, a su realización espiritual. Así, la integración de mente, voluntad y deseo humano, no contaminada por la mácula de lo imperfecto –el egoísmo, la ambición de sojuzgar al prójimo, los pecados capitales en suma-; todo esto como reflejo de los afanes del alma, si es capaz de establecer en este mundo el atributo de la perfecta Justicia. Cualquier otro intento es frustrado pregón del egoísmo en sus diversas formas, en pecado capital y en cultura de muerte. Es allí donde encontramos el fracaso de los principales modelos establecidos en esta Ciudad Humana.
Ahora bien, así como la interpretación de la dialéctica de la historia deduce que es imposible conseguir tal nivel de perfección en un simple par de batallas, también consideramos que el establecimiento de nuestra “Civitas Dei” resulta improbable en tanto el reino babilónico está establecido, rozagante y vital en casi la unanimidad de las vitrinas del marketing. En este sentido, el dogma de los Derechos Humanos es una garantía presente de orden relativo; pero jamás la consumación del Plan Absoluto.
Ahora bien, posee el hombre en este plano y al alcance de la mano la posibilidad de ejercitar las virtudes naturales de la PRUDENCIA, JUSTICIA, VALOR y CONTROL PROPIO. Una gracia adicional es precisa para alcanzar ese estado de budeidad (iluminación) de carácter espiritual.
Por ello, en tanto el gobierno de los santos resulta quimérico dado el presente estado de las cosas, resulta útil considerar el ejercicio de los derechos humanos sin pero sin perder la perspectiva de lo Absoluto al que están sometidas todas las cosas presentes. Tal es nuestra perspectiva del dogma de los derechos humanos.
Ahora bien, puede resultar curioso para algunos decir que esa ha sido siempre la perspectiva que de la justicia terrenal ha tenido el cristianismo, por lo menos para las mentes mas iluminadas por el Paráclito. Si bien han sido mentes preclaras como la de Santo Tomás de Aquino, quienes lo han configurado de manera axiomática.
El homicidio, por ejemplo, no es simplemente una transgresión del clásico mandamiento de la tabla mosaica. Existe una motivación psicológica que ha obscurecido el afán natural del alma el cual es la reintegración con el Creador. Esta motivación puede llamarse odio, venganza, celos, codicia, etc.; y es siempre una manifestación del egoísmo que es signo fatal del pecado. El deseo absolutamente integrado a los apetitos del alma habría sido incapaz de cometer tal acto. Sin embargo, es el reino babilónico del mundo exterior e interior el que conduce infaliblemente a la adversidad. En tal sentido, Santo Tomás contrapone a la predestinación fatal del ego, el cauce natural del alma: “Al hombre puede considerársele de dos maneras; una, en sí mismo; otra, por comparación a los demás. Pues bien, si consideramos al hombre en sí mismo; no es lícito matar a ninguno, porque en cualquiera, incluso si es malhechor, debemos amar la naturaleza, que es obra de Dios, y que es destruida por la muerte." Lamentablemente el aquinatense se contradecirá luego al promover la pena de muerte; yerros sin duda producidos por la época en la que vivió y sus respectivos condicionamientos. Hace sin embargo la feliz salvedad “De ninguna manera es lícito matar a un inocente”, de tal modo que aunque partidario de la pena capital, establece para tal fin un juicio justo. Y es precisamente aquella virtud infusa de la justicia la que conduce a la sagrada escalera de la Revelación: “Exsultate, justi, in Domino: rectos decet collaudatio”.
Sin embargo, los alcances del derecho humano condicionado a la perspectiva teológica del cristianismo necesitarían un buen tiempo, de una saludable evolución histórico dialéctica para que, concretamente, en la edificación de la Doctrina Social de la Iglesia alcances uno de sus puntos de mayor claridad.

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