miércoles

El papel del corazón IX

Por: Dietrich Von Hildebrand
Cualquier mención al amor, al hecho de «conmoverse» o a anhelar se consideraba un subjetivismo trivial que había que rechazar en nombre de una sólida sobriedad y de un espíritu de objetividad.
Esta tendencia permanece viva todavía y se manifiesta de muchas maneras. Por ejemplo, la tendencia a acelerar el tiempo musical, a reemplazar siempre que sea posible el legato por el staccato, a interpretar la música llena de profunda y gloriosa afectividad (como la de Beethoven o Mozart) de una manera no-afectiva y simplemente « temperamental », son otros tantos síntomas de la batalla en acto contra la afectividad en sentido propio.
Resulta significativo que esta tendencia antiafectiva se dirija sólo contra un determinado tipo de afectividad a la que podríamos denominar como «tierna». Los campeones del funcionalismo y de la «objetividad» sobria no rehúyen el dinamismo afectivo o lo que podemos llamar «afectividad enérgica» o temperamental. No es el fuego de una ambición devoradora o el dinamismo de la ira y de la furia lo que desprecian como «subjetivo» o «romántico». Este tipo oscuro y dinámico de afectividad «enérgica» se acepta como algo simple y genuino.
El tipo de afectividad al que se opone la «nueva objetividad» o funcionalismo es la afectividad de carácter específicamente humano y personal. Una racionalidad fría y un pragmatismo utilitarista se alzan contra lo que hemos llamado «afectividad tierna», y las manifestaciones de vigorosa vitalidad como la vivacidad o el temperamento fuerte (o pasiones como la ambición o la lascivia) no sólo se toleran sino que se aceptan como elementos legítimos de la vida y del arte. No pretendemos criticar aquí la utilización de esta pasión. Es por el arte, en el que siempre desempeñan un papel legítimo e importante. Lo que criticamos es el hecho de que la «afectividad tierna» esté excluida del arte por los campeones de la «nueva objetividad».
Nadie se atrevería a llamar «sentimentales» a sentimientos como la ambición, el deseo de poder, la codicia o la lascivia. Por muy censurables que se consideren estos sentimientos desde un punto de vista moral, como no son proclives al sentimentalismo, se consideran algo grande, poderoso y viril. Ésta es la actitud de los antiafectivos que ven estos sentimientos como algo estéticamente impresionante y no como algo ridículo o desagraciado.
Lo mismo puede decirse de todas las experiencias afectivas localizadas en la esfera vital. Una vez más, no hay ningún peligro de «oler» algo de sentimentalismo en el placer que se experimenta al nadar, montar a caballo o bailar.
La gente que está siempre al acecho de manifestaciones de sentimentalismo y emotividad dirigen sus sospechas contra el reino más específico de la afectividad, la voz del corazón. Y aunque su lucha contra el sentimentalismo es legítima, estas personas, desgraciadamente, condenan a toda la esfera de la afectividad tierna por ser subjetiva, blanda y ridícula.
La afectividad tierna se manifiesta en el amor en todas sus formas: amor paternal y filial, amistad, amor fraterno, conyugal y amor del prójimo. Se muestra al «conmoverse», en el entusiasmo, en la tristeza profunda y auténtica, en la gratitud, en las lágrimas de grata alegría o en la contrición. Es el tipo de afectividad que incluye la capacidad para una noble rendición y en la que está implicado el corazón.
La distinción entre estos dos tipos de afectividad es de la mayor importancia puesto que difieren de tal modo que una noción de afectividad que abrazara ambas constituiría forzosamente un equívoco. El, ethos es radicalmente diferente en cada caso.
Al distinguir entre estos dos tipos de afectividad no nos estamos refiriendo a una distinción moral y ni siquiera a una diferencia de valor ya que en ambos reinos de la afectividad existen actitudes legítimas, deformaciones y aberraciones morales. La afectividad enérgica propia del reino de la vitalidad está muy lejos de encarnar un valor negativo. Es evidente que el placer que se experimenta en los deportes o en una vitalidad sobreabundante es, en sí mismo, algo bueno. La diversión que se experimenta en una relación social entretenida es en sí misma algo positivo. Y lo mismo se puede decir de otros tipos de afectividad enérgica aparte de las pasiones en sentido estricto. La satisfacción al mostrar los dones y talentos personales es ciertamente algo positivo. Por otra parte, en el ámbito de la afectividad tierna existe la posibilidad de una perversión como el sentimentalismo que no existe en el área de la afectividad enérgica. Esta diferencia entre las dos afectividades es decisiva y determina dos ámbitos diferentes de afectividad. En ambos encontramos diferencias de nivel aunque, ciertamente, los niveles más elevados sólo se pueden encontrar en la afectividad tierna que lo sea realmente.
Existe una cierta dimensión del sentimiento que implica la tematicidad del corazón y que sólo se actualiza en la afectividad tomada en sentido propio. Aunque todos los tipos de amor incluyen esta afectividad hay enormes diferencias de grado según la naturaleza del amante y de su amor. En Tristán e Isolde de Wagner encontramos un máximo de afectividad. También encontramos el mayor grado de afectividad tierna (aunque de cualidad diferente) en el amor de Leonor por Floristán en el Fidelio de Beethoven y en el dueto amoroso Namenlose Freude. Lo mismo sucede en el Cantar de los Cantares. Las palabras «reanimadme con manzanas porque desfallezco de amor» constituyen la auténtica expresión de esta afectividad. Comparémosla con la afectividad meramente enérgica de Carmen que se expresa tan adecuadamente en su canción: L´amour est enfant de Bohéme» (el amor es un ave errática). Cuanto más desea permanecer el amante en su amor, cuanto más aspira a la experiencia de la plena profundidad de su amor, cuanto más desea recogerse y permitir a su amor que se desarrolle en un profundo ritmo contemplativo, cuanto más desea la interpenetración de su alma con el alma de su amado un anhelo expresado en las palabras cor ad cor loquitur (el corazón habla al corazón) más poseerá esta verdadera afectividad. Pero en la medida en que su amor tiene un carácter meramente dinámico y rehúye un desarrollo plenamente contemplativo, posee sólo una afectividad energética o temperamental.
Algunas personas son incapaces de mostrar sus sentimientos o les avergüenza hacerlo, por lo que los esconden bajo una aparente indiferencia. Lo que buscan esconder es la afectividad tierna. No procuran esconder su ira o su rabia, su irritación o su mal humor; no se avergüenzan de mostrar antipatía, desprecio, excitación en sus negocios o diversión ante algo cómico. Algunas veces, incluso llegan a mostrar su rabia e irritación sin ningún rubor. No estamos pensando evidentemente en el tipo estoico cuyo ideal es la ataraxia (indiferencia) y que suprimiría cualquier manifestación de afectividad tanto tierna como enérgica. Estamos pensando más bien en ese tipo familiar de persona que se avergüenza de admitir que algo le conmueve, de expresar su amor o de revelar su arrepentimiento. De todos modos, mientras que algunas personas son incapaces de mostrar sus sentimientos o se avergüenzan de hacerlo, existen otras que en ocasiones los esconden pero no por estas razones sino a causa de la verdadera naturaleza de la afectividad. Pertenece, en efecto, a la naturaleza de la verdadera afectividad que algunos sentimientos profundos sólo se comprendan en un ambiente de intimidad. Pero la razón que está en juego aquí es la opuesta a la de la persona antiafectiva. En este caso, se esconden los sentimientos profundos porque no se desea profanarlos, porque son demasiado íntimos. Su valor, su carácter íntimo y su profundidad exigen que. No se muestren delante de espectadores. En el otro caso, por el contrario, la persona se avergüenza de tener estos sentimientos, se desea esconderlos porque se les considera embarazosos.
Ciertamente, la afectividad tierna también puede desplegar un gran dinamismo. Pero este dinamismo difiere completamente del dinamismo meramente energético, ya que es el resultado del ardor o de la plenitud interior. En cada una de sus fases es la voz del corazón; nunca pierde su intrínseca dulzura y ternura, y despliega simultáneamente su poder irresistible y glorioso. Comparado con el dinamismo de la afectividad verdadera, cualquier dinamismo meramente enérgico presenta el carácter de una mera llamarada.
Es verdad, de todos modos, como ya hemos dicho, que esta elevada afectividad se puede pervertir. El sentimentalismo y un egocentrismo mezquino y fofo sólo se pueden dar en este tipo de afectividad; una afectividad meramente temperamental o la esfera de las pasiones no conducen a este tipo específico de desviación. Pero ver la afectividad tierna a la luz de su posible perversión no constituye sólo un imperdonable error intelectual sino la expresión de un ethos antipersonal peligroso. Se trata de una perspectiva que se encuentra fácilmente en la historia de la humanidad, por ejemplo, en la lucha contra la religión, la Iglesia o el «espíritu». Aunque estas luchas se dirigen en principio contra algunos abusos, de hecho, no se trata de meras reacciones contra estos abusos sino de manifestaciones de una perversa rebelión contra valores elevados. Y esto sigue siendo verdad incluso si los líderes de tales luchas creen que están reaccionando simplemente contra un abuso.

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