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Inteligencia y voluntad hacia la beatífica visión

La bienaventuranza esencial del hombre consiste en ver a Dios cara a cara, es decir, conocerlo inmediatamente (sin intermediarios) tal como es Dios en Sí mismo (y no por medio de los seres creados).
Presentada de esta manera, la participación a la vida divina se presenta bajo una luz demasiado intelectual que, lejos de afirmar la primacía del amor, parece a primera vista excluirla. Pero, por una parte, lo que nosotros sabemos acerca del origen y el desarrollo de la Revelación, sobre el fin del hombre y de la historia, nos pone en guardia para no interpretar la Escritura a la única luz del intelectualismo moderno. Estudiada en su contexto, es una doctrina rica y concreta sobre el servicio, la recepción y el conocimiento transformante del Dios vivo, que ella prepara y define.


Por otra parte, no hay que llamarse a engaño sobre lo que dice Santo Tomás de Aquino cuando hace consistir la esencial metafísica de la bienaventuranza –o, si se quiere, el elemento formal de la gloria esencial- en un acto de la inteligencia y no de la voluntad –(I a 2ae, q. 3, ad. 4). Su posición no implica en ningún sentido una primacía del conocimiento como tal sobre el amor como tal. Dice solamente esto: “la bienaventuranza consiste en el hecho de alcanzar nuestro último fin, es decir, Dios”. Es la voluntad la que tiende hacia este fin: la bienaventuranza no puede, por tanto, consistir en esta voluntad-tendencia, puesto que entonces el fin no está aún alcanzado. Es igualmente la voluntad la que se deleita con la posesión del fin: la bienaventuranza no puede consistir, ante todo, en esta voluntad-delectación, puesto que esta delectación supone que el fin ya está alcanzado. Pero entre estos dos actos de la voluntad, hay una posesión del mismo fin: su presencia en la voluntad. Y es necesariamente muy otra cosa que un acto de la voluntad lo que hace el fin presente en la voluntad. Es un acto de la inteligencia lo que presente a la voluntad su fin, hacia el cual tiende y en el cual se deleitará. Por esto, el elemento formal de la gloria esencial de los elegidos, reside, según el Aquinatense, en este mismo acto de la inteligencia.
Razonar de esta manera no es considerar el amor como un valor inferior a la inteligencia y, finalmente, secundario en la bienaventuranza. Por el contrario, desde el momento que se considera que el acto de la inteligencia tiene por fin hacer a Dios presente a nuestra voluntad amante, santo Tomás de Aquino integra la inteligencia en el proceso del amor. En otras palabras, la esencia de la bienaventuranza; para el Doctor Angélico, es la presencia de Dios en nuestro amor, presencia que es, en efecto, acto de la inteligencia, pero acto de la inteligencia que no puede ser beatífico sino en cuanto necesario a un acto del amor. En otros términos aún, la bienaventuranza es el acto perfecto de la caridad que posee su objeto –Dios- pero esta posesión- como posesión- se realiza por medio de un acto de la inteligencia.
Por encima, y se puede decir que, anteriormente a la división del alma en facultades, el amor es el mismo fondo de la vida espiritual.
Así pues, afirmar con Santo Tomás que el acto esencial que nos hace bienaventurados es un acto de la inteligencia, es lo mismo decir que, en las criaturas razonables, el amor es transparente a sí mismo.

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